viernes, 26 de enero de 2018

UMBRALES DE TOLERANCIA

Hay fronteras que es mejor no traspasar porque una vez cruzadas no se vuelve a ellas.

Es un clásico en este tema el famoso “umbral de tolerancia”. Un alcohólico puede aconsejar que no hay problema en beber cinco vinos. Y probablemente para él sea así, es su umbral de tolerancia. Pero no es un buen consejo. La gente normal con cinco vasos de vino se enmoña muy principalmente.

Lo mismo sucede con otros excesos físicos como las drogas, las adicciones sexuales (seguramente a un pornógrafo habrá películas x que le parecerán aptas para todos los públicos, mientras que a otras sensibilidades les harían potar de asco. En la práctica deportiva sucede otro tanto. Un ciclista puede animarnos a subir el Tourmalet, considerando su ascensión cosa de niños...pero no todo el mundo tiene ese “umbral de tolerancia física”: en la segunda curva ya iríamos zigzagueando, y en la tercera , poniendo pie en tierra.

En lo físico está clara esta ley. Por ejemplo, con la violencia. El profe que pega una vez le resulta muy difícil no hacerlo más. O el que maltrata a su mujer. Sucede lo mismo con los pederastras. Todo comienza por caricias aparentemente inocentes, palmaditas en el culete, sobar los carrillos del niño...no hay marcha atrás: se cruzan fronteras hasta más allá de lo que uno pueda pensar.

Pero también existe el “umbral de tolerancia moral”.

El corrupto que por primera vez admite un soborno se pone colorado, pero sólo un poco. Luego ya es coser y cantar: la conciencia hace callo y se insensibiliza. Basta repasar las conversaciones grabadas a los corruptos para ver a qué umbrales de tolerancia inmoral han llegado. Lo que para un pornógrafo la película “Esclavo de su clavo” le parece digna de poner en una catequesis, a éstos sindicalistas los chanchullos de los ERES son “Derechos de las trabajadoras y trabajadores”.

Lo mismo sucede con el cura preguntón de confesionario, que los hay. Es sucio preguntar ciertas cosas, y tal vez la primera vez uno se corte un poco...pero una vez traspasada esa frontera del impudor ya no hay punto de retorno, se llega a chapotear en la n cochinera  del  alma del inocente mientras se toca el cacahué en la oscuridad de un confesionario.

O el banquero que sabe que va a endilgar a unos ancianos unas preferentes con letra pequeña.

O el obispo que en su avaricia hereda propiedades de ancianas so capa de ganarles el cielo.

O el cardenal vanidoso que va con chófer, se perfuma, viste de sastre a media y gusta de inflarse en sus predicas de pavo real.

O esos entregados a Dios en compromiso de “vivir las virtudes” con Barbour y Sebagos, handicap 7 de golf, y una vida de puuuuuuta madre, siempre a la sombra de los pijos del Mundo. Eso sí, piadosos son un rato largo.

Todos tenemos nuestros “umbrales de tolerancia”, y algunos no están nada bien.


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