Hay cosas, acontecimientos, palabras que oyes y que no te dicen nada. Pero en otra situación, esa misma palabra… ¡joder!, te cambia la vida.
Paseo por el barrio de Sarriá , callejeo para llegar a la oficina , me pierdo y, de repente sientes que estás en uno de los lugares más bonitos del mundo.
Podrías estar en el País de las Maravillas y para ti sería lo mismo. Hasta que un día, por casualidad, porque se te cae algo al suelo, al incorporarte ves una estatua, un rincón , una fachada. Y te quedas maravillado.
Esto es todavía más aplicable a las palabras. A los veinte años, a los treinta, a los cincuenta, puedes oír a quien sea diciéndote lo que sea, te da igual. Y, derrepenete, depronoto, descubres un sentido nuevo a la letra de una canción, es un hallazgo, como una luz nueva que le da brillo a todo.
Con el amor sucede algo parecido, si es de quilates. Parece que ya está todo dicho, todo visto, todo rutina y costumbre...¡y aparece un ángel! , ¡ alguien distinto, nuevo, imprevisible!
Mi padre era un sabio. Con frecuencia se extasiaba ante un paisaje, o un detalle nimio. Una mañana , durante una excursión me llamó la atención sobre una mariquita. La puso en la palma de la mano y me hizo observar su belleza.
A mi aquello me parecía un coñazo. Yo sólo quería que aquel hombre me dejara en paz, y escapar de su sombra para echar un cigarro
No hay comentarios:
Publicar un comentario