viernes, 5 de enero de 2018

EL INDIO

Cuando era pequeño me pasaba horas a solas en casa jugando con pequeños muñecos de indios, vaqueros, y ejércitos de soldados yankees.

Eran unas pequeñas piezas de plástico, con una base gris que permitía sostener al soldadito de  plástico. El resto lo ponía la imaginación.

Con las sábanas, ideaba montañas, valles, desfiladeros, y perdía el sentido con guiones absolutamente desquiciados.

Pero siempre terminaban igual esas batallas: ganaban los indios.

Me daban mucha pena, la verdad.

Había uno de ellos que, en fin, de existir  en la vida real, el pobre no hubiese durado diez segundos: tenía una pierna mordida (yo era un niño nervioso, de los que se comen las uñas, los pellejos de los dedos y mordisqueaba los tapes de los bolis).

A ese indio le había pegado una buena soba de mordiscos, y el hombre estaba con una pierna bastante jibada. Además, tampoco tenía arco.

Y, para colmo, tenía las piernas inmensamente arqueadas, pues el caballo que debía galopar con nuestro sioux por las praderas, tampoco  existía.

A ese indio, no me preguntéis la razón, era al que peor trataba: se caía por barrancos, le zumbaban a gusto los yankees, le disparaban desde los carromatos y caía mordiendo el polvo...¡pero siempre ganaba!

Siempre es siempre. Ganaba, además, cuando todo estaba perdido. Era fácil: lo cogía con mis dedos, y con ruidos guturales que acompañaban la hazaña, el cojo, manco, y jodido indio, se liaba contra todos, repartía guantazos a diestro y siniestro, se montaba sobre el caballo del mismísimo general Custer y, encima, se escapaba la bella Lucy, la hija de Cawrigt, el dueño del Corral Arizona.

Así fue, hasta que un día caí en la cuenta que eran muñecos, y me fui con otros indios, otros carromatos, otros Custers, y otras Lucys.

Ese cambio fue muy duro, porque esos no se dejaban.

Muchas veces he pensado si Dios no será así: un Señor que juega sobre una sabana a indios y vaqueros, y que , no se sabe por qué, le zurra más, al que más quiere.

Pero al final siempre gana el pobre indio.

A  veces  en  la  vida nadie  se merece lo que está pasando. Nadie entiende las razones de todo esto. Pero  las  tiene. Supongo...

Resultado de imagen de indios  de  plastico




4 comentarios:

  1. Hazte un favor, chaval.
    Cógete hoy unos cuentos, unos indios, un tambor o una bomba de hidrógeno de seis toneladas.
    Lo metes todo en una bolsa y se lo llevas a una familia necesitada con niños ( si no conoces ninguna, llévalo a la parroquia, ellos saben ).
    Mañana, mientras los hijos del progreso estrenen la nueva Play Station, se producirá un milagro con esos niños necesitados y esos juguetes.
    El que se ea todos los cuentos será un escritor cuando estemos fiambres.
    El de los indios tal vez se convierta en cineasta.
    El del tambor pondrá a prueba a sus vecinos.
    Y el de la bomba H igual aprende a desmontarla y salva a la Humanidad con un simple destornillador.
    ...
    Date un gustazo.
    Y mañana, cuando acabe el día, te aprietas un pelotazo a la salud de todos esos enanos.
    Te sentirás como el Rey del Mambo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hombre, seguro que hay muchos niños que saben desmontar bombas de hidrógeno con un destornillador, yo he visto MasterChef junior y los hay que con cuatro años hacen bacalao al pil pil, pero también es una posibilidad que salga mal el experimento y a un señor de Murcia le caiga el hígado del chaval en las manos y los dientes a los pies de uno del País Vasco.

      Eliminar
    2. Hola,
      entonces ...por si acaso ... ¿debemos librar al mundo de "igual aprende a desmontarla y salva a la Humanidad con un simple destornillador."?
      Feliz noche de Reyes.
      Saludos,
      Tero

      Eliminar
    3. Hola Tero! Sí, creo que regalarle una bomba de hidrógeno a un niño desfavorecido no es una buena idea, pero es sólo una opinión, yo nunca le diría a nadie que mi opinión es la única válida porque Jesucristo no haría eso. :)

      Eliminar