No creo que sea fruto de la formación religiosa que recibí, pues es común denominador de muchas culturas, sean religiosas o no.
Por algo será.
Para mi la muerte, y para muchísima gente que me rodea, y sobre todo si es de alguien cercano, activa un resorte, casi instintivo,que se resume en que " no puede acabarse todo", que
las cosas buenas dadas y recibidas no pueden quedar en nada.
Nuestra vida pide otra y no puede terminar del modo que lo hace, a veces tan estúpidamente.
Animado por un blog leo Mimi, un libro para niños que comienza así: " Lunes, 149 días desde que murió mamá".
Llega muy dentro, y muy lejos, y lo hace tocando un tema muy delicado.
Me acordé de mi padre y de los que quise y ya no están:
«Lo último que hago antes de quedarme frita es susurrar buenas noches a
la foto de mami que hay en mi armario y pedirle que arregle el corazón
roto de papá. Eso me hace llorar un poco, pero luego me quedo dormida».
Y
más adelante: «Antes de ponerme a dormir cogí la foto de mamá y
le dije a que Sally le gustaba George, y le pedí que no se olvidara de
hacer que el sol brillara mañana, y le dije que la quería, le di las
buenas noches y le deseé que durmiera bien».
Y, al final: «le di las buenas noches, le deseé que durmiera bien y de alguna
manera sentí que ella estaba allí conmigo».
Me ha encantado Mimi. Y me pregunto: ¿arreglarás tú también mi corazón roto cuando estés allí, y me pintarás un día de sol que brille mañana?.
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