No escribo para que me leas. Escribo para escucharme. O eso quisiera, con todas mis fuerzas.
No sé describir maravillas que veo a mi alrededor, como el temblor de la superficie quieta de un río al soplo de la brisa. ¡Es tan difícil!.
Para mi escribir es, sobre todo, estar "en lo secreto" , en un balbuceo que quisiera rezar. Aún me queda mucho por aprender.
En el árbol de mi vida las experiencias son como cortezas que se solidifican unas sobre otras. Y así, la contemplación de una flor de este árbol - ¡Dios mío aún florece!- sirve como aliento para musitar un deseo, y a la vez, fuera una forma inexcusable de entender que esa flor también se marchitará: de que todo se irá.
Pero, al mismo tiempo, que nadie puede quitarnos el disfrute de ese instante en el que florecemos y que es sólo nuestro, lo único que tenemos.
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