viernes, 31 de enero de 2020

FUNDAMENTALISTAS DE LA COCINA.

Al principio ellos cazaban y ellas guisaban. 

Desde el Neolítico, en la cocina, gobernada siempre por mujeres, han reinado dos reglas fundamentales: la fuente primordial de la creatividad culinaria ha sido la escasez de alimentos, y el mejor condimento inventado hasta hoy es eso que los pobres llaman hambre y los ricos buen apetito. 

Si nuestras abuelas y madres desde la nada  levantaban un gran banquete, hoy en los países desarrollados sucede al revés: bajo la insoportable dictadura los cocineros , la superabundancia  se reduce a la nada.

Instalada la cocina durante millones de años en la copa de los árboles, a lo largo de su evolución los homínidos empezaron comiendo toda clase de raíces, hojas, nueces y semillas. Es inconmensurable la cantidad de muertos que han dejado atrás los alimentos perversos y las aguas no potables hasta que, mediante el método de prueba y error, o tal vez observando lo que le sentaba bien a los animales, el primate instaló en su cerebro el instinto de eludir el peligro de morir envenenado, un riesgo que todavía hoy no está totalmente descartado, puesto que si entras en un restaurante en el que no conoces al dueño, ni al cocinero, ni al camarero y encima te sirven un guiso incierto cubierto con una salsa elaborada a su arbitrio, el peligro de muerte es algo con lo que debes contar.

Un día nuestros antepasados bajaron de los árboles, descubrieron el fuego y buscaron las proteínas en la carne. El canibalismo fue la primera escuela de gastronomía. Después aprendieron a pescar y, a partir de ese momento, el gusto se instaló en el paladar, mucho antes de que la inteligencia visitara el cerebro; de hecho, la alimentación ha sido la madre de toda la filosofía. 

¡ Qué coñazo! , en alta mar el cocinero de la barca de pesca, al mediodía, pone a calentar aceite virgen de oliva y, cuando hierve, echa tres dientes de ajos en la caldereta. En ese perfume, unido a la brisa salada que bate la cubierta, se concentra toda la cultura del Mediterráneo. 

Pero si este cocinero abandonara la barca para subir a la tribuna y tratara de darnos doctrina se convertiría en un insoportable fundamentalista del estómago, un pesado, y un tocacojones.




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