jueves, 16 de enero de 2020

SE LLAMABA MARCIAL..

Aquel  sacerdote llevaba una piedra atada al cuello y todos los días la sacaba en brazos a pasear. 

Tenía un agujero en el centro por donde pasaba la soga de cáñamo y tal vez esa piedra había sido una pequeña rueda de molino y aunque pesaba lo suyo - la conciencia, ya se sabe-  el tipo andaba con ella por la vida sin jadear. La gente del colegio, profesores, padres, alumnos,  le veían pasar cada mañana con toda naturalidad y algunos lo saludaban llamándole por su nombre.

Cuando este hombre apareció cierto día en la calle atado a una piedra muchos se quedaron pasmados. Nadie sabía por qué esa piedra, y ese rostro atormentado . Aquel hombre había leído  Mateo 18, 6
"  AY  DE AQUEL QUE HAGA PECAR A UNO DE ESTOS INOCENTES  QUE CREEN  EN MI ,  MAS  LE VALE QUE SE   ATE  UNA PIEDRA  DE MOLINO  AL CUELLO  Y SE   LANCE  AL MAR "...pero no se atrevía a dar el paso definitivo. Él no lo sabía, pero en esa sentencia estaba su salvación.

¿Puede Dios perdonar un suicidio?. Sí, éste.


Después la gente del colegio, de la parroquia, se acostumbró. Esa visión   se hizo cotidiana y con el tiempo hasta los niños que jugaban en la plazoleta lo tomaron como parte del paisaje. 

El tipo no estaba desesperado del todo. En ocasiones reía a carcajadas, celebraba aniversarios, confesaba, daba la extramaunción. No obstante, la insólita querencia por la piedra acabó acaparando su vida por completo. Al principio daba con ella sólo un par de vueltas a la manzana, pero muy pronto una fuerza interior le obligó a llevarla a la iglesia  y después a sus cosas. 

Apenas sonaba el despertador de madrugada, el tipo se ponía de forma automática la soga al cuello y el fuerte tirón que experimentaba en el gaznate al dirigirse al cuarto de baño le despertaba bruscamente. Al instante recogía la piedra depositada en la alfombra y ya no se separaba de ella en toda la jornada. Se encontraba solo en el mundo, de modo que al final tuvo que amarla y el trance se produjo cuando él quiso incorporarla a sus sueños.

Una noche  anduvo hasta el puerto y se quedó mirando fijamente el mar. La rueda de molino le colgaba de la nuca con una soga de cáñamo y abrazado a ella en medio del sonido del temporal, a oscuras, bajo la melodía de una armónica que un marinero hacía sonar, el hombre vislumbró el fondo del mar lleno de corales, peces fosforescentes y algas.

Se oyó el chapoteo de alguien al caer al agua.

Se llamaba Marcial.


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