Por culpa de formaciones espirituales hechas como tatuajes, de marcas grabadas a hierro en el costillar de la conciencia bastantes venimos al mundo con vocación de juez y alma de penitente con flagelo incluido.
Es un camino sinuoso, retorcido y complicado.
Nos ponemos la toga , subimos al estrado y buscamos los motivos más absurdos para transformarnos en nuestro propio juez.
Un juez implacable que inventa causas aunque no haya motivo, sentencia con toda su mala leche , sin dejar tiempo para la defensa.
El veredicto suele declararnos culpables sin posibilidad de recurrir.
Uno no quiere defenderse, y acepta la sentencia mirando al suelo y sin levantar la voz.
Y, tras escuchar la sentencia, nos quedamos con el alma rota y la culpa a cuestas.
Con nuestro particular Suso penitente, sufriendo, flagelándose y arrastrando la cruz de una culpa que no existe.. pero que alguien nos dejó allí dentro y no hay manera de borrar, quitar, olvidar.
Y así también estoy yo.
ResponderEliminarQué agotamiento :-(