Los lunes acostumbro a ir de voluntario a la Cruz Roja.
Allí mi encargo consiste en llamar a unos números de teléfono que tengo agendados, con los nombres de las personas que contacto. Son en su mayoría personas mayores, entre ochenta y cien años que, o viven solas, o en parejas.
Una mañana llamé a una señora que se llamaba Carmen. Para hacerle una gracia le canté la canción Carmen, del grupo Trébol. Una melodía de los años setenta.
La señora se emocionó mucho.
- ¡No me diga que no conocía esa canción!
- Sí, la conocía, pero nadie me la había cantado a mi.
- Pues, aunque no la conozco, tiene usted una voz maavillosa. Me extraña que con esa voz no le hayan cantado alguna vez.
Rompió a llorar.
Unos días después me llamaron de Cruz Roja. A la oficina se había presentado una señora preguntando por mi. Era Carmen. Quería agradecerme el detalle de la canción. Quedamos otro día.
Carmen tiene ochenta y tres años. Dos días antes de mi llamada su marido se había suicidado en el garaje de su casa. Bajó al coche y allí se gaseó en su interior. Se había quedado sola. Sola y rota.
- Su llamada fue un poco de luz aquel día. Quería agradecerle ese detalle. Se lo agradezco de verdad. Muchas gracias.
Me sentí muy pequeño. La mirada del dolor , y más si lo provoca el amor, me conmueve y me llega muy dentro.
Esa mujer está tocada y hundida. Para siempre. Quizás no lo sepa, pero tiene la mirada de los depresivos que no saben que lo son.
He conocido personas heridas, que al final de sus vidas sufren unas carencias profundísimas.
No son queridas en este mundo porque a nadie le importa.
Nadie les acompañará ni mucho ni poco que estuvieran allí.
No les prepararán un lugar especial donde vivir.
Ni se alegrarán de que fueran como eran.
Para ellas la frase “no te abandonaré, pase lo que pase” no tiene ningún sentido.
Aquel día sólo le alivió en sus carencias, y en su soledad una canción.
Estoy jodido.
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