miércoles, 26 de mayo de 2021

LA CORTEZA DEL ABEDUL

 Cuando era un chaval  , en  Bielsa,  dibujé  con una navaja  en la corteza  de un abedul  un corazón atravesado  por  una flecha con  dos  iniciales S y P.


Pilar  era  una  chica  que  me traía  loquico . En el  pueblo  le  llamaban  "Culo Royo"  . 

Cuando fui allí  años después  supe  que había fallecido. Intenté   varias veces volver al lugar de ese  bosque , pero no lo encontré. Si el  árbol creció con normalidad, hoy debe haberse convertido en un fantástico tronco de corteza  blanquecina   , casi  plateada , que  sordina  en  silencio  dos  amores  que   no fueron.

Siempre he observado un paralelismo entre la vida de los árboles y la de los hombres:  los  dos  crecemos   si encuentran un terreno apropiado y se nutren de la tierra. Hay  quien  piensa que  los árboles pueden tener sentimientos. Incluso  se  abrazan a ellos  y escuchan a  través de  su  corteza  el fluir de la savia.  

Los  árboles ya existían hace 300 millones de años y nosotros  llevamos  aquí   50.000 años. Somos unos recién llegados al planeta. En el señor  de  los anillos se habla de los baobas, pastores de árboles   endurecidos  en corcho de tantos  años  a  la intemperie.

Me  admira  la prodigiosa química de los árboles que utilizan la luz para crear materia orgánica. Una  metáfora de  nuestra  vida  interior  que no   hemos  sabido  aprender. 

Los bosques,  siempre me  han  fascinado. Incluso los  más  humildes, como alguno que ando cerca de casa. 

Allí, por  ejemplo,  me gusta es adentrarme por sus senderos hasta perder cualquier posible contacto con la civilización. Los bosques son una metáfora de nuestra existencia porque cuando estamos en su interior sólo podemos percibir una pequeña parte de su extensión, que para nosotros es indeterminada. La perspectiva va cambiando al caminar y, de repente, nos encontramos con un manantial, una quebrada o un claro que nos ilumina.

Ya  conté  en  una  entrada  el embrujo  que tenía sobre  mi los faldones  de la mesa camilla de casa. Con el bosque  me sucede  lo mismo :  el claro del bosque es  una  especie  de  conciencia del ser, el lugar donde te   topa con los límites. La  vida son como senderos a explorar. Hay que atreverse a internarse en la oscuridad del bosque para hallar la luz de los claros, hay que perderse para disfrutar del placer de llegar a alguna parte.

Salir del faldón  de  la mesa  camilla para  regresar años  después , si  encuentras el camino  de  regreso  a  casa.,

Los celtas creían que los bosques eran sagrados, puesto que les proporcionaban madera y sustento para vivir. 

Recuerdo  en las  excursiones  que hacíamos  con  mi padre los bosques del Valle de Pineta , algunos de sombras  oscuras, de una  densidad  mágica. A veces  veíamos  talar  los árboles , y el  estruendo que hacían en su caída. Era maravillosa  la  experiencia.

Si uno se interna en su espesura  de  esas  coníferas hayas, abetos , puede tener la sensación de ser el primer ser humano que pisa ese lugar. 

Otra  sensación  inolvidable son   los helechos gigantes, algunos más altos  que   uno, que  crecen en la penumbra y el olor es embriagador. Senderos verdes donde , de vez en cuando  encuentras un camino cuyas huellas se borran poco después para reaparecer cuando menos se espera.

Allí todo  se apelmaza  en olores  húmedos, en silencios  que sordinan  el  ruido de  una cascada, o el canto de los pájaros.

Los bosque son, en cierta forma, los guardianes de la memoria colectiva porque nos albergaron y nos nutrieron y en ellos podemos encontrar todavía la pregunta de quienes somos y por qué estamos aquí.

O eso   creo.



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