Cuando era un chaval , en Bielsa, dibujé con una navaja en la corteza de un abedul un corazón atravesado por una flecha con dos iniciales S y P.
Pilar era una chica que me traía loquico . En el pueblo le llamaban "Culo Royo" .
Cuando fui allí años después supe que había fallecido. Intenté varias veces volver al lugar de ese bosque , pero no lo encontré. Si el árbol creció con normalidad, hoy debe haberse convertido en un fantástico tronco de corteza blanquecina , casi plateada , que sordina en silencio dos amores que no fueron.
Siempre he observado un paralelismo entre la vida de los árboles y la de los hombres: los dos crecemos si encuentran un terreno apropiado y se nutren de la tierra. Hay quien piensa que los árboles pueden tener sentimientos. Incluso se abrazan a ellos y escuchan a través de su corteza el fluir de la savia.
Los árboles ya existían hace 300 millones de años y nosotros llevamos aquí 50.000 años. Somos unos recién llegados al planeta. En el señor de los anillos se habla de los baobas, pastores de árboles endurecidos en corcho de tantos años a la intemperie.
Me admira la prodigiosa química de los árboles que utilizan la luz para crear materia orgánica. Una metáfora de nuestra vida interior que no hemos sabido aprender.
Los bosques, siempre me han fascinado. Incluso los más humildes, como alguno que ando cerca de casa.
Allí, por ejemplo, me gusta es adentrarme por sus senderos hasta perder cualquier posible contacto con la civilización. Los bosques son una metáfora de nuestra existencia porque cuando estamos en su interior sólo podemos percibir una pequeña parte de su extensión, que para nosotros es indeterminada. La perspectiva va cambiando al caminar y, de repente, nos encontramos con un manantial, una quebrada o un claro que nos ilumina.
Ya conté en una entrada el embrujo que tenía sobre mi los faldones de la mesa camilla de casa. Con el bosque me sucede lo mismo : el claro del bosque es una especie de conciencia del ser, el lugar donde te topa con los límites. La vida son como senderos a explorar. Hay que atreverse a internarse en la oscuridad del bosque para hallar la luz de los claros, hay que perderse para disfrutar del placer de llegar a alguna parte.
Salir del faldón de la mesa camilla para regresar años después , si encuentras el camino de regreso a casa.,
Los celtas creían que los bosques eran sagrados, puesto que les proporcionaban madera y sustento para vivir.
Recuerdo en las excursiones que hacíamos con mi padre los bosques del Valle de Pineta , algunos de sombras oscuras, de una densidad mágica. A veces veíamos talar los árboles , y el estruendo que hacían en su caída. Era maravillosa la experiencia.
Si uno se interna en su espesura de esas coníferas hayas, abetos , puede tener la sensación de ser el primer ser humano que pisa ese lugar.
Otra sensación inolvidable son los helechos gigantes, algunos más altos que uno, que crecen en la penumbra y el olor es embriagador. Senderos verdes donde , de vez en cuando encuentras un camino cuyas huellas se borran poco después para reaparecer cuando menos se espera.
Allí todo se apelmaza en olores húmedos, en silencios que sordinan el ruido de una cascada, o el canto de los pájaros.
Los bosque son, en cierta forma, los guardianes de la memoria colectiva porque nos albergaron y nos nutrieron y en ellos podemos encontrar todavía la pregunta de quienes somos y por qué estamos aquí.
O eso creo.
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