miércoles, 19 de julio de 2017

CAMINO DE MATILLA: LOS ÁRBOLES SOLITARIOS.

Estuve en Lérida.

Allí descubrí  què  es  eso  de  amar.

Pasé dos  noches  en casa  de  un amigo. En  la despedida, vimos   un  álbum  de  fotos...¡tiempos!

El amor busca ese lugar recóndito, oculto. Esa es la razón de que haya tantas historias de parejas que huyen al enamorarse, para vivir su amor.

El amor reclama burlar a los guardianes de lo real.
Esa es una de las razones de mi querencia por los árboles solitarios.

Todos los niños burlan a esos guardianes cuando juegan. Todos buscan un lugar como ése árbol que solo a ellos pertenece, un lugar muy semejante al que luego accederán a través de su sexualidad.
Sí, el sexo de verdad, el enamorado, sólo puede tener lugar lejos de la mirada de todos.

El que lo probó, sabe de qué hablo .

Las casas de muñecas, los soldaditos, los trenes eléctricos, todos esos objetos que tanto gustan a los niños y de los que se sirven para jugar son el acceso a la habitación de los deseos

Recuerdo una película sobre Simbad, el Marino. Su prometida ha sido transformada en una criatura diminuta y Simbad tiene que correr todo tipo de peligros en busca de una flor cuyo elixir posee el poder de devolverle su tamaño original. Simbad lleva a la princesita consigo y de vez en cuando la saca de su cofrecillo y la deja correr por la mesa, lo que ella aprovecha para provocarle con sus palabras y sus movimientos. Como si le dijera: para amarme tienes que hacerte tan pequeño como yo. 

Esas escenas son una metáfora preciosa del amor, porque el amor, como el juego de los niños, es el reino de lo pequeño. 

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