Cuando me nombraron subdirector de un colegio en Valladolid llamé a un personaje y le pedí un consejo :
- Equivócate con toda seguridad.
De esa frase he hecho, sin saberlo, un estilo de vida.
Una tarde en el colegio una madre me puso a de vuelta a varios profesores . Llevada de un sectarismo atroz aseguró que el colegio era un vivero de maricas y reprimidos sexuales. Me levanté y contesté:
- En este momento me debato en la duda de pegarle una ustie o mandarle a tomal pol saco.
Hoy soy el mejor profesor , dice, que ha tenido en su vida.
LLevo un año en san Cugat y antes de venir pensé que era una decisión equivocada. Otro error. Pero, como siempre, me equivoco con una seguridad pasmosa. De todas formas, hace tiempo que no estoy bien en ningún sitio.
En fin, en san Cugat el sol entra por la ventana. Casi a diario saludo a un niño con síndrome de Down al ir al trabajo. Ojeo el periódico en una cafetería y la encargada , a veces, me invita a un zumo.
Paseo por Collserola y ando perdido en Gallecs. En la estación de Ferrocarriles me conmueven las palabras de amor que un padre divorciado le dirige a su niña que va al colegio, y que no verá hasta dentro de dos fines de semana.
Me apunté de voluntario a una residencia / escuela de disminuidos psíquicos, y al llegar a casa después del trabajo me arrellano en el sillón para leer .
Sé que así , aunque me equivoque con toda seguridad , la vida seguirá siendo hermosa, y que todas las flechas aciagas que la vida nos lanza casi ninguna da en el blanco. Lo que pasa es que nos gusta recogerlas del suelo, observarlas , y empuñadas, para clavarlas directamente en la frente para tener una excusa que nos haga llorar.
No se trata de estar bien en algún sitio sino de estar bien con uno mismo.
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