En un reciente libro, Marina Picasso nos recuerda las visitas a su abuelo en compañía de su hermano.
Eran visitas presididas por las advertencias de los mayores acerca de cómo tenían que comportarse para no molestarle, mientras veían como su cabra podía moverse a su antojo e incluso dejar hileras de cagarrutas sobre sus dibujos sin que éste llegara a protestar.
«Cuando me muera, dijo una vez Picasso, será como un naufragio, y cuando un gran navío se va a pique, mucha gente a su alrededor es aspirada por el torbellino».
Y, en efecto, las desgracias se sucedieron sobre sus familiares y amantes.
Dora Maar murió en la miseria en medio de las telas de Picasso que se negaba a vender; María Thérèse Walter, la musa inconsolable, se ahorcó del techo de su garaje; y Jacqueline, la compañera de los últimos días, se disparó una bala en la sien. También se suicidó su nieto Pablo, bebiéndose una botella de lejía.
No es infrecuente que la vida de los grandes creadores esté presidida por la amoralidad, ni que la entrega a su arte sea causa de desdicha para los que viven a su alrededor.
¿Merece entonces la pena ese arte?
«Para dibujar una paloma, escribió Picasso, primero hay que retorcerle el pescuezo».
Conozco gente corroída por la codicia, el afán de ganar dinero, nunca es bastante. Y saben que , como con la paloma, también hay que retorcer el pescuezo a mucha gente para tirar adelante y fer pelas.
Y sí, el torbellino de su desaparición , se lleva consigo al sumidero familias enteras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario