lunes, 3 de agosto de 2020

EL SÍMBOLO.

Me contaron  una vez  que  en   algunos hogares de Israel, de Estambul y de Tesalónica muchas familias de judíos sefarditas aún conservan la llave de la casa que sus antepasados habitaron en España, su añorada Sefarad, antes de ser expulsados de este país por los Reyes Católicos en 1492.

A lo largo de cinco siglos esa llave ha pasado de padres a hijos como una herencia simbólica que contiene, a la vez, la fatalidad del destino y la esperanza de un retorno. 

Uno de ellos sabía que sus antepasados vivían en Toledo . Viajó muchas veces allí  con la llave de una puerta que solo estaba en sus sueños. La puerta ya no existía, pero pensó que, tal vez, la cerradura pudiera andar perdida en manos de algún chamarilero. Después de recorrer cientos de anticuarios por toda España un día se produjo el milagro. Entre los cachivaches de una almoneda, que regentaba un gitano de Plasencia, el sefardita encontró una cerradura herrumbrosa del siglo XV en la que su llave encajaba y funcionaba perfectamente

Recordé  lo que acordaban en  la antigua  Grecia para cerrar un trato comercial. Al cerrar  el negocio sacaban un hueso, madera, o cosa,  y la rompían por la mitad. Pasado el tiempo , al llegar el momento de la transacción al unirse con la  otra parte poseída  indicaba que es el momento de cumplir el acuerdo aceptado al romper en hueso.

A eso le llamaban "Símbolo".

El amor es ese "símbolo"donde uno, al encontrarse con su parte  mediada, descubre  lo que le faltaba para ser uno.

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