El optimismo es una fuente de riqueza, junto con la ironía del escéptico que se ríe del valor de las cosas que no tienen ningún valor. Por ejemplo, lo difícil que es llegar a ser feliz sin hacer el ridículo.
Ver a un Magistrado del Supremo, o un Fiscal General, o un Cardenal, o un Papa, vestido por una loca para darse pisto en Ceremonias donde parecen polichinelas del gremio de los bujarras, entre puñetas barrocas, colorines fastuosos, solideos absurdos, Tiaras con cintitas al viento imperio...¡y todos felices en un absurdo carnaval a mayor gloria de todas las ridiculeces que sodomitas de la estética inventado hayan!
¡Qué estupideces llegamos a hacer por vanidad!
Anda que no hay cosas que valen la pena exhibir, sin plumas, sin pantomimas , sin artificios de salón, empolvadas coletas, mazos rococós, galanterías trasnochadas, escotes que abren el palco de una mano ensortijada sobre un pecho de flan, cortesías, reverencias, idioteces litúrgicas, voces atipladas de sexos ambiguos y afeminados, coros de efebos, muy monos ellos.
¡Qué difícil es llegar a ser feliz sin hacer el ridículo!
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