sábado, 8 de agosto de 2020

UNA MESA PARA QUÉ...

Subo  esta secuencia que vi desde una habitación  de casa. ¡Se intuye tanta soledad, tanto dolor!...¡y tanto amor!

Son dos ancianos  sobreviviendo a un naufragio. El número de los ancianos se ha multiplicado, pero nuestras sociedades no hay lugar para  ellos: no tenemos respeto ni consideración  por su fragilidad y su dignidad. 

Esas dos palabras  son las que hablan, a gritos, estas fotos: fragilidad y dignidad.

Un día seremos esos ancianos , pobres, enfermos, experimentando las lagunas de una sociedad programada sobre la eficacia. Un anciano no es eficaz.

Benedicto XVI  escribió  “La calidad de una sociedad, quisiera decir de una civilización, se juzga también por cómo se trata a los ancianos y por el lugar que se les reserva en la vida en común”.

Es verdad, la atención a los ancianos hace la diferencia de una civilización. ¿En una civilización hay atención al anciano? ¿Hay lugar para el anciano? Esta civilización seguirá adelante porque sabe respetar la sabiduría, la sabiduría de los ancianos. Una civilización en donde no hay lugar para los ancianos, en la que son descartados porque crean problemas... es una sociedad que lleva consigo el virus de la muerte.

En occidente  son una carga. ¿Cuál es el resultado de pensar así? Hay que descartarlos. ¡Es feo ver a los ancianos descartados  por sus hijos! .Hay algo vil en este acostumbrarse a la cultura del descarte. Pero nosotros estamos acostumbrados a descartar a la gente.

" Ya en mi ministerio en Buenos Aires toqué con la mano esta realidad con sus problemas: «Los ancianos son abandonados, y no sólo en la precariedad material. Son abandonados en la egoísta incapacidad de aceptar sus limitaciones que reflejan las nuestras, en los numerosos escollos que hoy deben superar para sobrevivir en una civilización que no los deja participar, opinar ni ser referentes según el modelo consumista de “sólo la juventud es aprovechable y puede gozar”.

Dice el Papa Francisco :"Sólo el amor nos puede salvar. Y esto sucede. Recuerdo cuando visitaba las casas de ancianos, hablaba con cada uno de ellos y muchas veces escuché esto: “Ah, ¿cómo está usted? ¿Y sus hijos?  - Bien, bien  - ¿Cuántos tiene? - Muchos.- ¿Y vienen a visitarla? - Sí, sí, siempre. Vienen, vienen.- ¿Y cuándo fue la última vez que vinieron?” Y así la anciana, recuerdo especialmente una que dijo: “Para Navidad”. ¡Y estábamos en agosto! Ocho meses sin ser visitada por sus hijos, ¡Ocho meses abandonada! Esto se llama pecado mortal, ¿se entiende?

Una vez, siendo niño, la abuela nos contó una historia de un abuelo anciano que cuando comía se ensuciaba porque no podía llevarse bien la cuchara a la boca, con la sopa. Y el hijo, es decir, el papá de la familia, tomó la decisión de pasarlo de la mesa común a una pequeña mesita de la cocina, donde no se veía, para que comiera solo. Pocos días después, llegó a casa y encontró a su hijo más pequeño que jugaba con la madera, el martillo y clavos, y hacía algo ahí. Entonces le pregunta: "Pero, ¿qué cosa haces?– Hago una mesa, papá.- ¿Una mesa para qué? - Para cuando tú te vuelvas anciano, así puedes comer ahí”. ¡Los niños tienen  más conciencia  que nosotros!".

Piensa muy bien como tratas  a tus  mayores.

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