Fue Pertegaz el que sentenció que la
elegancia de la mujer está en el cuello largo y en los huesos, o
sea, cuando la uva no está en la cepa y sólo queda la parra. La
parra de cuello largo y huesos nervudos.
Leticia, vuestra princesa, sería su
paradigma. Escuálida y estirada. Una mujer cartílago.
Hoy, con tanta carrocería que ha
pasado por el taller de chapa y pintura, esa huida de la vejez se
puede retardar. Excepto en dos asuntos: el cuello y las manos. Allí
los pliegues nos delatan. Y , a pesar de eso, todavía hay algunas ,
y algunos, que van como pavoneándose, aunque saben perfectamente que
sólo pueden hacer planes para el día anterior en materia de
seducción. Nadie mejor que ellos saben donde está la trampa. Una
vueltecita por las salas de baile de este país y observad la bandada de cacatúas (ellas) y loros (ellos), y entenderéis de qué
hablo.
Son personas abandonadas a la
fatalidad. Un día despiertan de su vanidad y descubren que la
próxima cita con una mujer, o un hombre, la tuvieron hace doce
años.
Conocí una de esas en Los Porches, una
sala de baile en Zaragoza, que bien podría llamarse “Necrologica's
Dance”. Era una de esas noches de escapada hacia ninguna parte,
noches muy tristes, la verdad. Yo tendría treinta y cinco años .
Ella se llamaba Dora. Bajo las luces de neón, y en una pastosa
oscuridad, su pelo de rubia platino, y un tipo interesante, la
hicieron atractiva.
Bailamos, bebimos...al salir a la
calle, ya con otra iluminación sin trampas,vi que tenía cuello, sí, y
manos, pero Dora me pareció el retrato de la esquela que en pocos
años adornaría su tumba. Busqué un pretexto para salir airoso de
esa situación, que ella se prometía feliz.
- Lo siento, tengo que ir a casa. Mi
madre está sola y estoy de paso...y quiero estar con ella. Se lo
prometí.
Y Dora, con ojos febriles, y una
sonrisa lúbrica, con tono de cachondeo, poniendo labios de
pucheritos, que acentuaban en los morros esas arrugas que pronto
serían embalsamadas, me dijo acariciándome la cara...
- Pobrecito,¿mamá está
sola?...¡pobre mamita!...¡niño malo!
Aquella caricia me recordó el tacto
del fieltro de un ataúd. Aún así, se ganó un beso, para que se
llevara algo a la boca, y que lo pudiera contar a sus amigas de los Porches.
Si con 35 años te dejaste caer por Los Porches, efectivamente tus noches eran muy oscuras y tu bilis muy amarga. Confío en que lo hayas superado. Suerte.
ResponderEliminarCraso Yerro.
No lo he superado, mala suerte, chato.
ResponderEliminarTenías que estar fatal para aparecer por ese sitio. Casi igual que ahora.
ResponderEliminarMe gusta tu post. Mi experiencia es la contraria, en Barcelona bailas y ligas con gusto a los 50,
ResponderEliminarsaludos y buen fin de semana
Pétalos de rosa
No era el único numerario que aparecía por sitios así. La presión carente de sentido es grande y perpetua, y la gente se rompe. Una ansiedad constante que puede acabar en bailongo, en una cogorza, o en una profunda depresión. O en un deforme tirano sin vida interior, que trata a los otros numerarios como carne de vaca. Allí si que hay bilis amargas!
ResponderEliminarLos viejos fueron los primeros que marcharon y no apedrearon a la prostituta.
Todos somos hijos predilectos de Dios, que nos encontraremos en el juicio final.
Buena entrada de estilo Albite.
ResponderEliminarLa verdad es que el Betis os ha jodido bien a bastantes.
Soy Dora y desde esa noche no me he lavado la boca... ¿marrana? No, ¡Romántica!
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