martes, 17 de noviembre de 2020

MUÑECOS ROTOS.

Seguramente una de las mayores mentiras que los escritores vitalistas y los coach motivacionales han contribuido a extender es la de que los fracasos enseñan, de que constituyen un paso ineludible para la construcción del carácter.


Ese tío que se te presenta domésticamente  atildado, sonriendo mostrando molares y premolares , y te suelta que debes salir de la zona de confort, que es precisamente la zona que uno busca desde que nació. 


O esa que  te suelta que "cuando es la última vez que la hiciste algo  por primera vez". Y uno se lía, ¿ última vez, primera vez?


Cuando estuve de subdirector en el colegio Peñalba uno de los profesores entrenaba un equipo de fulbito. Era un killer. Fui a ver un partido de su equipo y observé aterrorizado dos asuntos que me preocuparon mucho.


Uno es que ganaron aquel partido por diecinueve a cero. 


El otro asunto fue que el profesor en los cambios de jugadores, para motivarlos, les daba un golpecito en el culete.


Al día siguiente le comenté los dos temas.  No lo entendió. Y al curso siguiente no siguió con nosotros.


Yo creo que el fracaso continuado destruye el carácter, te vuelve mezquino, rencoroso y autodestructivo, además de que capa tu iniciativa futura: el perdedor mental se retira de las carreras, tiene miedo de volver a sufrir una paliza, ya no quiere luchar. 


Pero también el abusón es un cabrón que contribuye mucho a crear mentalidades muy nocivas. Y mucho muñeco roto.


Las derrotas no son siempre eso de-lo-que-uno-se-puede-recuperar, como nos cuentan los napoleones mentales: hay derrotas que son definitivas; naufragios que matan a los pasajeros; fracasos de los que uno ya no se puede levantar. 


Las únicas derrotas que sirven son aquellas que son muy leves o, siendo graves, vienen acompañadas de inmediato por sucesivas victorias, cosa que no siempre sucede. 


Decir lo contrario es pura fábula, como en las películas : en el cine es muy posible que las liebres derroten a los leones, pero en la selva...





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