Para comprender ciertas cosas hay que haber fracasado antes en el empeño de lograrlas.
Oigo una historia en Ferrocarrils catalanes : un ejecutivo en paro de 44 años, agobiado por las deudas y la incertidumbre sobre su futuro.
Es un fracasado: se ha divorciado, odia a su mujer, que le humilla, es ludópata y pierde siempre en las cartas, se siente ninguneado por su padre y confía sus últimos ahorros a Cofidis...y sale mal la apuesta.
El que habla dice que le aconsejó " vive el ahora ".
Lo que esa persona venía a decir es que cualquier vida merece ser apurada a fondo, por desgraciado que uno sea.
Recordé cuando en mi vida tuve un cruce de caminos. Dejaba un trabajo mollar , un estatus, una posición. Y me enfrentaba a nada. " Te veo en un puticlub contando tu vida alcoholizado " , me profetizó un amigo.
Yo tambien me veía así. Salí con poco más de 1000 euros, después de veintisiete años .
Me fui a Fátima. Sólo se me ocurrió ponerme en manos de María , y que sea lo que fuera.
Allí estuve tres días.
No recé, ni medité. Pero regresé muy tranquilo, y con unas llagas en las rodillas que tardaron meses en cerrarse
Entonces no aprendí nada pero hoy sé que todo es insignificante salvo la muerte. Y ni eso.
Que los males que nos afligen son más llevaderos de lo que parece, y que tenemos suerte de estar vivos.
Visto con esa perspectiva, puedes relativizar la importancia tanto del éxito como del fracaso y aferrarnos a vivir la intensidad de cada momento. Dejarse llevar.
El dolor puede ser una fuente de creatividad y de conocimiento mucho más intenso que el placer.
La sociedad en la que vivimos está llena de personajes como ese que hablaban en el tren. Gentes que se encuentran inseguras, que han perdido su trabajo, que están enfermas o que han sido abandonadas por su pareja. Nadie se ocupa de ellos.
Si les dijera a todos ellos que disfrutaran intensamente de lo poco que les ofrece este mundo, me considerarían un gilipollas y tendrían razón.
El problema es que nuestro horizonte cotidiano nos impide ver más allá de nuestras miserias. La propia obligación de ser felices nos hace infelices.
La esencia del hombre es la mediocridad, y es en nuestra mediocridad donde se halle esa riqueza de matices que hacen que la vida merezca ser apurada.
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