No sé de quién es la frase " ¿hay algo más hermoso que una catedral?: sí, las ruinas de una Catedral".
Siempre me han gustado las ruinas. Incluso las humanas. En mi adolescencia sentía una pasión morbosa por las mujeres maduras...¡qué cosas!.
Tengo la impresión de que las ruinas guardan el espíritu de quienes anduvieron por allí.
La rectoral de Estacas está abandonada desde hace décadas. La ocuparon los párrocos de Teaño, donde vivo . La rectoral es del siglo XVI.
Tenía muchas ganas de visitar ese caserón que uno tiene la sensación de que algo siempre queda flotando entre los restos de un edificio derruido. Su hórreo es maravilloso.
Creo en los espíritus si se entienden como el recuerdo de un tiempo lejano que impregna los lugares en los que las personas amaron y murieron.
Un día mi padre me llevó , de regreso de cazar perdices donde yo iba de perro, a las ruinas de Belchite , un pueblo de Zaragoza que fue escenario de una batalla feroz. Aquel mundo, brutalmente destruido por hermanos causó una viva y fuerte impresión en mi sensibilidad adolescente.
También cuando tenía 14 años me quedé fascinado por el antiguo colegio del Salvador, en Zaragoza. Los jesuitas lo vendieron y durante años escapaba a pasear por sus enormes pasillos abandonados , sus aulas, las habitaciones de los internos, camas desvencijadas ,la Iglesia llena de mugre y polvo.
¿Qué fue de aquellos curas, algunos murieron allí, de esos profesores que atendían el internado, de las oscuras historias que allí, con toda seguridad, se dieron ?
Los que seguís el Barullo veréis que siento debilidad al hacer fotos de atardeceres, fábricas abandonadas, solares de las casas derruidas, las fuentes de piedra que han dejado de dar agua, las puertas de madera , que ya no se no abren.
La rectoral tiene una historia reciente algo morbosa. Al parecer el sacerdote que la atendió vino de Uruguay con su hermana y otro hermano sacerdote. Y la madre.
La madre muerta. La trajeron en el interior de una maleta. Nadie sabe como consiguieron pasar la aduana, pero lo cierto es que el buen párroco se quedó con los restos de su madre en la rectoral. La tenía en el interior de la maleta. Conocí un señor, que de crío recibió la catequesis de ese sacerdote y cuenta que un día les enseñó a su madre. Abrió la maleta, y allí estaba. Incorrupta y putrefacta.
En fin, putrefacta.
Cuando pregunté a un fiel que lo conoció bien me dijo " bueno, él estaba convencido de que era una santa".
Allí se amó, se lloró, se soñó, se fracasó.
Rodeado de ruinas vagabundeo en un silencio casi absoluto. Es un lugar solitario y no carente de melancolía. Los años felices se han ido. Hay vacas paciendo en el abandonado jardín arbolado de la casa.
Atardece. Los últimos grises de plata de este día de diciembre se van apagando. Las roderas de barro de un carro dibujan la caligrafía de una curva que desaparece en la hierba crecida.
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