martes, 29 de diciembre de 2020

LA RECTORAL DE ESTACAS.

 No sé de quién es la frase " ¿hay algo más hermoso que una catedral?: sí, las ruinas de una Catedral".


Siempre  me han gustado las ruinas. Incluso las humanas. En mi  adolescencia  sentía una pasión morbosa por las mujeres maduras...¡qué cosas!.

Tengo la impresión  de que las ruinas guardan el espíritu de quienes anduvieron por allí. 

La rectoral de Estacas está abandonada desde hace décadas. La ocuparon los párrocos de Teaño, donde vivo . La rectoral es del siglo XVI.

Tenía muchas ganas de visitar ese caserón que  uno tiene la sensación de que algo siempre queda flotando entre los restos de un edificio derruido. Su hórreo es maravilloso.

Creo en los espíritus si se entienden como el recuerdo de un tiempo lejano que impregna los lugares en los que las personas amaron y murieron.

Un día mi padre me llevó , de regreso de cazar perdices donde yo iba de perro, a las ruinas de Belchite , un pueblo de Zaragoza que fue escenario de una batalla feroz.  Aquel mundo, brutalmente destruido por hermanos  causó una viva y fuerte impresión en mi sensibilidad adolescente. 

También cuando tenía 14 años me quedé fascinado por el antiguo colegio del Salvador, en Zaragoza. Los jesuitas lo vendieron y durante años escapaba a pasear por sus enormes pasillos abandonados , sus aulas, las habitaciones de los internos, camas desvencijadas ,la Iglesia llena  de mugre y polvo.

¿Qué fue de aquellos curas, algunos murieron allí, de esos profesores que atendían el internado, de las oscuras  historias  que allí, con toda  seguridad, se dieron ? 

Los que  seguís  el Barullo veréis  que   siento debilidad al hacer fotos de atardeceres,  fábricas abandonadas,   solares de las casas derruidas, las fuentes de piedra que han dejado de dar agua, las puertas  de madera , que ya no se no abren.

La rectoral tiene  una historia reciente algo morbosa. Al parecer el sacerdote que la atendió vino de Uruguay con su hermana y otro hermano sacerdote. Y la madre.

La madre muerta. La trajeron en el interior de una maleta. Nadie sabe como consiguieron pasar la aduana, pero lo cierto es que el buen párroco se quedó con los restos de su madre en la rectoral. La tenía en el interior de la maleta. Conocí un  señor, que de crío recibió la catequesis de ese sacerdote y  cuenta que un día les enseñó a su madre. Abrió la maleta, y allí estaba. Incorrupta y putrefacta. 

En fin, putrefacta.

Cuando pregunté a un fiel que lo conoció bien me dijo " bueno, él estaba convencido de que era una santa".

Allí se amó, se  lloró, se soñó, se fracasó.

Rodeado de ruinas vagabundeo  en un silencio  casi absoluto. Es un lugar  solitario y no carente  de melancolía. Los años  felices  se  han ido. Hay  vacas  paciendo en el abandonado jardín arbolado  de la casa.

Atardece. Los  últimos  grises  de plata de este día de diciembre  se van apagando. Las  roderas de barro   de un carro dibujan  la caligrafía de una  curva  que desaparece  en la hierba crecida.












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