sábado, 19 de diciembre de 2020

UNA MANERA DE SALVAR TU ALMA.

 En Casa Sueiro llueve de una manera furiosa , potente, desordenada y torrencial. Un viento racheado isopa  las ramas del bosque como un cura loco. Todo silba entre los resquicios de puertas y ventanas.  A veces parece restallar un látigo como un trallazo en el anca de la finca. 


Toda la vida se desordena y se abre  en surcos de agua y barro que abren en canal la tierra. La bulla es escandalosa. Es de noche. Desde la cama, arrebujado , con los ojos cerrados y la nariz asomada al oscuro de la habitación,  se escucha la rabia de la naturaleza que cuando se empeña es de una insoportable impertinencia.

Estos días grises y panzudos de flechas grises de timbales y canalones son tiempo perdido y lluvia sucia. 

Me siento viejo, como desarmado bajo este deshacerse del mundo sin estrellas. La noche se vuelve inhóspita y  a esa hora todo está cerrado,  y ni siquiera  los últimos devotos del alcohol pueden ser barridos a la calle.

No hay un alma.

Con los ojos cerrados y  toda es algarabía allá afuera pienso en las sopas de ajo que ella hacía.

Me gusta ir a refugio cuando la tristeza me empapa. Y una forma es recordar esa gente que me amó de verdad. Esa que sí lo hizo, y que yo no. Mi madre, mi padre, Manuela, Carlota, Ana, María José...

Hoy recordé esa sopa de ajo . Y parece que al calor de esas imágenes el verdadero Dios aún  habita todavía en el interior de aquel potaje que hacía Manuela cuando estaba enamorada. Porque ese caldo estaba hecho de amor, y Dios es amor. Su sabor me perseguirá toda la vida donde quiera que esté, y con el tiempo he llegado a confundirlo  a confundirlo con la salvación de mi alma. 

Dentro de aquel caldo también humeaban  las primeras caricias que recibí, las luces de un paisaje que me cegaron, los sonidos que la memoria ha amasado luego en forma de música. Sobre todo su risa. ¡ Música!

 Mientras sorbía esa sopa sonaban canciones que no he olvidado, me sentía libre cogiendo moras en la acequia, de noche oías su respiración y siempre estaba cobijado. Dios consistía tal vez en una trozos de pan, un chorro de aceite , o se revelaba a través de otros ingredientes, pero el misterio del caldo lo descifraba el amor. 

Sigo con los ojos cerrados mientras  Dana azota con brusquedad y como a intermitencias. 

Esos recuerdos de mi vida buena, porque me hacen querer ser mejor persona,  sellaron como un sacramento la memoria de esa gente  para siempre en los días de la infancia, de la adolescencia, de la juventud, de la madurez, de ahora,  y su perfume me atraviesa y llega hasta la almohada  en la oscuridad. Dios es un condimento más.

Cuando se vive muchos años y has ido de acá para allá  uno pierde el idioma, olvida a los amigos, adopta nuevas costumbres, pero nunca abandona los sabores  que sazonaron sus amores, ya que el Dios verdadero estaba espolvoreado  sobre ellos. 

No digas que has perdido la fe mientras no te haya abandonado la memoria de esos amores. Dios puede volver a visitarte en cualquier momento de tu vida por medio de un a sopa de ajo, de una tortilla de patatas o un gazpacho.. Cuando seas mayor, un día en que estés desprevenido, después de tanto tiempo, tomarás un potaje y por un instante todo volverá a comenzar. 

O, como ahora a mi , en esta noche de locos,  a la  primera cucharada  de ese recuerdo de ella verás entrar al Dios de la niñez por la puerta  de tu alma, y  en  el fondo de tu memoria se iluminará con la sonrisa de esa mujer que amaste una caricia en tu frente.

Otra cucharada, y tu alma ya estará salvada.


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