domingo, 30 de noviembre de 2014

NUNCA ES DEMASIADO TARDE.

Ayer fui al cine. Era una tarde lluviosa, gris acerada, muy de noviembre. Y encontré un tesoro.

Bueno, dos. Pero escribiré de uno.

Sólo os diré que, ante la perplejidad de  las cinco personas que estábamos en la sala, me levanté al final y aplaudí.

Se titula "Nunca es demasiado tarde". Una peli de esas que te dice el director "siéntate , tranquilo, te voy a contar una historia  sin prisas, sin ruido, sin sobresaltos, ni efectos especiales".

Es la vida de un hombre bueno. Ese rostro - nunca mejor dicha esa palabra, "rostro"-  va calando muy hondo poco a poco, casi sin darte cuenta. 

La discreta presencia de su protagonista nos descubre un  inmenso corazón y su profunda ternura. Conmueve ese tío:  basta con rascar un poquito para que salga a la luz su maravillosa  generosidad , esa que no se compensa con dinero ni busca nada más que hacer el bien a sus semejantes, sin aspavientos, sin darse importancia, sin querer obtener nada a cambio. 

¡Qué extraña se nos hace la bondad de este tipo singular!, cuando todo parece tener precio y estar tasado, pero nadie sabe valorar lo importante, lo esencial, lo trascendente.

También es una hermosísima y breve historia de amor.

Y una lección de humanidad de un  John May que no se rinde nunca al desencanto.

Muestra también la vida miserable de la mayoría de nosotros, y lo hace de forma implacable. La muerte -no la muerte sangrienta y espectacular  de los Tarantinos de turno sino la muerte pequeña, triste y sórdida que nos espera a la mayoría. De eso va esta joya.  

Amig@s, os recomiendo  esta película. Recreáte con sus pequeños detalles y disfruta de la soberbia interpretación del sr. Marsan. No te la pierdas.







1 comentario:

  1. UNA BREVE HISTORIA

    Hoy voy a misa en Getafe. Hay una arruinada parroquia pobre, donde acuden los pobres y arruinados parroquianos, quienes han formado un pobre coro que es una ruina.
    Oirles cantar y salir corriendo es todo una.
    No cantan mal, cantan fatal.
    Al guitarrista se le enrredan los dedos en la cuerdas y las voces te atraviesan los tímpanos destruyendo cualquier atisbo de armonía.
    El sacerdote, otro que tal. Intenta dirigir al grupo de condenados con un bolígrafo Bic cristal azul, que oscila en el aire con tan poca fortuna que le suele salir despedido el capuchón hacia las primeras filas.
    ...
    Les da igual ocho que ochenta, y elevan sus poderosas voces distorsionadas hacia un Dios que huye despavorido ante la avalancha de distorsiones musicales.
    Son parados, ex alcohólicos, restos de tienta golpeados desde el amanecer.
    ...
    En la homilía el sacerdote le saca punta al lápiz de la vida, y desde la trinchera de un barrio deprimido, reparte chutes de fé en vena.
    Sabe lo que se dice, pues conoce perfectamente a la peña, y entre él y San Juan levantan una ventolera de ideas que salen volando los papeles con los cantos, y los niños juegan en el suelo y yo, un mindungui más, voy y...
    Me lo creo.
    Porque lo veo.

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