lunes, 29 de junio de 2020

CARLOS MENDIVE.

Mi padre era un hombre tímido , introvertido y sentimental. 

Tenía el corazón de un loco. De esos que hacen las cosas de un modo encendido y febril. Esa fue la razón de su matrimonio. Lo deshederaron , nadie de su familia asistió a la boda, que hubo de celebrarse a las ocho de la mañana en una misa de diario con los pocos testigos de la familia de mi madre y los que cazaron a lazo en la iglesia aquel día.

Después hizo cosas difíciles de entender arrastrado por un ardor interior que le consumía. Era hombre de convicciones y creencias muy profundas. Se entusiasmaba y entusiasmaba. 

A Carlos volverse loco no le asustaba. Poco a poco fue madurando y formando una segunda capa de vida interior, lejos de todo, de todos: el campo, la naturaleza, la huerta, Dios, la Virgen, sus cosas.

Muchas veces me reconozco en él. 



No tengo miedo de volverme loco. También estoy yendo a sagrado casi a la misma edad que él. 


Mi padre no perdió la razón nunca- no conocí nadie más sensato que él. Pero podía pasar perfectamente por un hombre muy zumbado : lo que le ocurrió es que se creó una razón propia que le fue alejando cada vez más del resto, a los que despreciaba sin ningún disimulo. Al final de sus días ese hombre se reía de todo,y su mundo eran cuatro cosas, muy pocas, muy profundas, que él cribaba en su particular batea en el río de su vida para sacar pepitas de oro.

¡ Cuántas veces me identifico con él!, ¡ cuántas veces miro fotografías mías y reconozco su mirada en mi!

Sucede que los seres sociales se turban tanto ante los solitarios que enseguida les lanzan la acusación de locura, pero no es así: para nosotros los solitarios, los chiflados sois vosotros.

Y algunos, además de chiflados, me parecen unos perfectos gilipollas.

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