domingo, 21 de junio de 2020

SE ACABÓ LO DE INVITAR GENTE A MI CASA.

En las fiestas rondaba por las esquinas de las habitaciónes como un maitre de alto nivel, actuando con cortesía pero sin participar en absoluto.

La mayoría de los seres humanos le aburrían mortalmente.Tenía una espantosa falta de interés en ellos y sus cosas. La hospitalidad era sólo un instrumento, una aburrida conveniencia para seguirle la corriente a su mujer, que sólo pensaba en estrategias para ayudarlo a él a ascender.


Esa  mujer que ha sabido elevar con su marido en la nueva vida social, y sabe estar, sabe sonreír, se cuida, elige sus nuevas amistades, incluso sabe dejarse besar la mano con naturalidad por ridículos seres humanos que se llaman Seabastián.  

Se dio cuenta que su esposa le había llevado, ¿ manipulado?,  de dos maneras. Teniéndolo de forma que todo el mundo lo sepa, y teniéndolo   sin que nadie lo sepa. Un marido se tiene de esas dos formas, y de muchas otras.

Lo había tenido como un chal de armiño que acaricia cálidamente los hombros, que se lleva unas veces a la derecha, otras a la izquierda, y que presiona un poco más o menos  en forma de mohín, de mirada suplicante o sonrisa picaruela.

Lo había tenido de tal manera que una está convencida que sólo gracias a ella él está donde está. ¡Si es un adefesio, y un despistado!...¡ay, si no fuera por mi!

Lo había tenido controlado, sabiendo dónde está mañana, tarde y noche; qué hace los fines de semana, los sábados, los domingos. Incluso qué sueña y cómo lo sueña.

Se puede saber cuánta gente le conoce y cómo. Si le conoce mucha gente, tiene dinero y buena fama. Entonces, al tener al marido, se tiene el dinero y la fama. Eso, la verdad, cubre más que un chal, y da más calor, pero en órbitas más amplias en un solo eje de rotación : ella.

Lo había tenido  como una tarjeta de crédito, como una póliza de seguros, como una cubertería de plata o un juego de recursos financieros. Como una agencia de viajes, como un mayordomo, como una lanzadera espacial, como vehículo y acompañante para dar paseos por ambientes salvajes, científicos, desérticos, populares, para describir órbitas más amplias, innumerables, excéntricas.

Cuando se tiene un marido así, se tiene algo de qué presumir, de marcarse folio, de pisar moqueta, y se puede presumir de tenerlo más de lo que lo tienen otras mujeres: de poseer un dominio completo de sus gustos, habilidades, pánicos, fijaciones obsesivas, vicios ocultos, costumbres alimenticias, modos de bostezar, faltas de educación habituales tipo pedorretas, regüeldos y cochinadas domésticas de distinto sentido.

Que los ricos también tienen, no te pienses.

Tenerlo es también la posibilidad de vestirlo, enseñarlo, tranquilizarlo, asustarlo, confortarlo, hundirlo, encargarle que recoja a los niños y que vea qué le pasa al coche.

Lo tenía de tal manera que también podía meterle el dedo en la nariz, hurgarle y decirle “ tienes un moquín , cariño”. Es ponerle una fragancia de diseño, distinta y distinguida. Tenerlo puede ser tenerlo como un niño con una bata y un imperdible enorme con el nombre de él en una cartela .

Poco tiempo después de la muerte de su mujer dijo a sus hijos " ¡ se acabó lo de invitar gente a mi casa para siempre!

Un año después se casó con la chica de servicio. Se fueron lejos y nunca más asistió a reunión alguna.



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Se acualizó el blog de La Recomposición de la Crisma, AQUÍ.



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