Estos días le he dado vueltas a la amistad.
Hay que entender que muchas veces el amigo no es tal. Es un conocido.
Nos aterroriza perder a quien no tenías, que terminen historias que no empezaron, salir de una zona de confort que nos da alergia y que deje de ocurrir eso que hemos inventado.
Pero de amistad nada de nada. Una apariencia.
Tenemos una imaginación a prueba de bombas alentada por la inseguridad y el no saber estar con uno mismo.
Esa imaginación que inventa mil excusas para seguir creyendo cuando ya no hay fe, y nos hace creer que el eco es una respuesta de otro.
Los seres humanos somos expertos en engañarnos a nosotros mismos para no sufrir.
Interpretamos como un sí lo que ni siquiera es un quizás y dibujamos un trampantojo sobre una realidad que en muchas ocasiones se cae a trozos.
¡Cuánta gente sin darnos cuenta sufre en diferido, centrífuga la yogurtera de su tristeza y usa anteojeras para no ver lo que ocurre alrededor.
Algunos tratando de mantener cerca lo que se aleja o ya no está.
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