martes, 9 de junio de 2020

COSAS MÍAS.

Estos días le he dado vueltas a la amistad.

Hay que entender que muchas veces el amigo no es tal.  Es un conocido.

Nos aterroriza perder a quien no tenías, que terminen historias que no empezaron, salir de una zona de confort que nos da alergia y que deje de ocurrir eso que hemos inventado.

Pero de amistad nada de nada.  Una apariencia.

Tenemos una imaginación a prueba de bombas alentada por la inseguridad  y el no saber estar con uno mismo.

Esa imaginación que inventa mil excusas para seguir creyendo cuando ya no hay fe,  y nos hace creer que el eco es una respuesta de otro.

Los seres humanos somos expertos en engañarnos a nosotros mismos para no sufrir.

 Interpretamos como un sí lo que ni siquiera es un quizás y dibujamos un trampantojo sobre una realidad que en muchas ocasiones se cae a trozos.

¡Cuánta gente sin darnos cuenta sufre  en diferido, centrífuga la yogurtera de su tristeza y usa anteojeras para no ver lo que ocurre alrededor.

Algunos tratando de mantener cerca lo que se aleja o ya no está.



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