lunes, 19 de julio de 2021

SALTAN LAS ALARMAS.

Observo un niño mientras tomo la copa de antes de llegar a casa. Está el chavalín totalmente rendido, resoplando dormido en brazos de su madre. Ella está de tertulia con varias amigas, raca, raca.


Dicen que los niños no tienen «alarmas» que les indiquen que se están agotando, por eso «literalmente» se caen redondos cuando ya no pueden más. Nosotros los mayores, sin embargo, parecemos estar complementados de unos «sensores» especiales que nos avisan cuando estamos cansados y señalan el momento de tomar «un respiro».

Yo, si he de decir la verdad, pocas veces he sentido saltar esas alarmas. Cuando me sucede me sube la fiebre, y sé que hay que estar dos días durmiendo sin parar.

Hubo un tiempo, cuando murió Manuela,  que se me rompieron  los ciclos de sueño y andaba un poco a la remanguillé. Me  acostaba  muy pronto, y despertaba  antes que las gallinas. ¡Una buena siesta lo cura todo!

Pero sí que he convivido con gente que se sienten tan abrumados o condicionados por su situación, y que no se permiten el más mínimo descanso. Creen que si ellos paran todo se irá al traste y, sin interrupción, empalman un esfuerzo con otro hasta que un día ya no pueden más, de verdad, y estallan o se vienen abajo.

He conocido el derrumbe físico, hasta quedar hecho un guiñapo, de tres personas que no supieron detectar que se encaminaban al abismo. Uno preparaba oposiciones a notarías, y dos son de esos que llevan sobre sus hombros todos los pecados del mundo.

Se han agotado como este niño que observo, pero sus circunstancias son más dramáticas, pues el niño está «dotado» para salir rápidamente de esas situaciones de agotamiento, pero el adulto necesita una recuperación más lenta y laboriosa. ¡Nos agotamos como niños y nos bloqueamos como adultos! ¡Valiente negocio estamos haciendo!

Voy en el AVE a Madrid una o dos veces a la semana. Me gusta mirar las caras de la gente, sus maneras de andar. Muchas veces ves el cansancio que tienen muchas personas a buena hora de la mañana. ¡Cuántos rostros y cuerpos parecen ya agotados a esas horas ! ¡Cuántos ojos sin luz y miradas sin ver nos acompañan! ¡Cuántos necesitarían seguir durmiendo a esas horas!

El viaje de regreso es peor. ¡Cuántas carreras hemos hecho! ¡Cuántas tareas hemos empezado y cuánto esfuerzo hemos derrochado!

Muchos vivimos cerca del campo, en la naturaleza, lejos de la contaminación, de los ruidos, del asfalto…; lo malo es cuando lo único que conseguimos es vivir más lejos, levantarnos más temprano, llegar más tarde…, para terminar durmiendo menos tiempo y, ¡vuelta a empezar!.

¡En fin!, ¡que esto es una mierda de vida!, y que así no vamos a ningún lado...


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