sábado, 31 de julio de 2021

VOY A HACER LOS DEBERES.

Todo padre tiene un impulso natural que desea transmitir a sus hijos: intentar que entiendan que la música que a él le gusta es la verdadera música.


-  ¿Cómo te puede gustar esa mieeerda?, ¡quita eso, por Dios!. ¿Has oído alguna vez a Los Módulos ?, ¡eso es música!...¡escucha!

Y coloca en el coche "Todo tiene su fin" , mientras pone cara de éxtasis, y los hijos de tremenda diarrea.

Cuando yo tenía catorce años, mi padre solía sentarse en la sala de estar y escuchaba en el tocadiscos jotas navarras y aragonesas. A veces al pasar lo veía recostado en su butaca con una sonrisa beatífica.

Mi misión consistía en pasar de costadillo antes de que él me atrapara y me hiciera sentarme para darme una lección de “lo que de verdad es música”.

- ¡Ven aquí, Suso, escucha qué maravilla!, ¡es José Oto!

José Oto era un baturro que gritaba no sé que del Ebro, de volverse hiedra, o de que no me fuera de Navarra. Un coñazo.

Mi padre se quedaba con los ojos cerrados, la boca abierta, en trance, señalando con el dedo el tocadiscos, como subrayando la audición, y el cabrón de Oto dale que te pego conque si la nieve ardía, y no sé cuantas gilipolleces más.

Terminada la pieza , mi padre aseguraba entusiasmado:

- ¡Esto es música, Suso!,  y no eso que escuchas de Aguanchú aguanchú...

- Es Iron Buterfly, papá.

- ¡Mariconadas!

Durante las audiciones obligatorias, aprendí a sonreír respetuosamente, movía la cabeza a ritmo de las bandurrias, como si fuese un jotero entusiasmado e implicado con el Alto Aragón. Mi padre me miraba entusiasmado, convencido de su labor proselitista.

Cuando mi actuación llegaba a su fin, le daba a mi padre una palmadita en la rodilla, le decía “¡gracias , papá: ¡impresionante!”, y excusaba mi marcha con “tengo que hacer los deberes, papá”.

No mentía: mi primer deber era salir de allí pitando.

Durante mucho tiempo le di vueltas a como no pasar delante de mi padre mientras escuchaba a las Hermanas Flamarique partiéndose la caja cantando a la Pilarica.

Pues bien, de la misma manera que a mi me repateaba la música de mi padre, a tus hijos les repatea la tuya.. Acéptalo. Ni lo intentes. No hagas el ridículo.

Es posible que leyendo la entrada te haya venido a la cabeza la imagen de tu hijo hace unos días dándote una palmadita en la rodilla , diciéndote : “gracias, papá, ¡muy bueno este tío!...voy a hacer los deberes”.

Pues ya sabes.







2 comentarios:

  1. La entrada de hoy resuena en mi cabeza. A mí me pasaba algo parecido. No con mi padres, sino con -digamos- unos "compadres" (uso el término en la cuarta acepción de la RAE).
    Estos "compadres" escuchaban y cantaban unas canciones en trance, con toda la ilusión y a plenos pulmón... algunos incluso en un estado próximo al éxtasis y/o la levitación. La primera vez que me topé con esta realidad musical, pensé que era una inocentada. No entendía que dichas canciones fueran capaces de generar tales sensaciones. Pero estaba equivocado, la cosa iba en serio, no era ninguna broma. "Más vale trocar", "A los árboles altos", "Me gusta andar"... eran algunos de los títulos del repertorio musical.
    En fin, no sé si sabes de lo que te hablo...

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  2. Genial... por supuesto que lo sé!!!

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