En el gimnasio vinieron durante unos días , eran festivos de semana santa , un padre y su hijo , un chaval gordito que miraba sin ternura. Podía imaginar su desgracia. Sé lo que es tener un padre que te ataba corto y que no sabe qué hacer con uno.
Pero en este caso , me temo, al padre no le gusta que su hijo sea el gordo de la clase y lo lleva arrastras a hacer extenuantes ejercicios que tienen al chaval hasta lo güevos.
Demasiado serio. Demasiado triste. Una severidad impropia de su edad. No está enfadado, ni triste. Es la cara de iceberg del que no puede salir de esa cárcel. El niño gordo parece ajeno al paisaje de máquinas, pesas, y aparatos. Sus ojos no se apartan de mí. Sabe que le miro con pena. " Sé por lo que estás pasando" . Imagino su presente y sus futuros. Lo imagino volviendo a casa. Lo imagino creciendo, buscando su espacio nuevo. Lo imagino como yo, que mandé a la mierda a mi padre cuando conocí al opus dei porque para mi era un ámbito de libertad.
Mi padre, un hombre bueno que había que matar para volar.
La adolescencia es un desierto que, ya de adultos, imaginamos lleno de oasis. Pero recuerdo bien ese páramo. Las soledades y las dudas. Esas preocupaciones de los míos, como una noria que no dejaba de girar. Las rutinas. Esos primeros amores que me hacían llorar. De mis primeras masturbaciones rezando y pidiendo a Dios que, por favor, no me matase entonces, en pecado mortal . El vértigo de cada primera vez. La incomodidad del propio cuerpo, esas piernas que me tropezaba al andar, esos brazos que no sabía qué hacer con ellos. Todos esos amores tan volátiles y maravillosos. Las mochilas pesadas, los libros garabateados por todos los lados con mi firma, que no había manera de quedarme con la que me gustase.
Los padres, el olor a tabaco- ¡ a ver, échame el aliento!-, las miradas por la ventana a la vecina , la tortuga que compré, los grillos que tiré por el hueco del ascensor, las tetas de Pilarín , la tendera del mercadillo de abajo. ¿Qué queda de ese chaval en el viejo que empiezo a ser? ¿Cuánto hay en nosotros de aquellos días de lluvia en el patio del colegio?
El chaval no deja de mirarme. Parece conocerme. No sé nada de ti, zagal. Aunque te conozco desde siempre. Guardo en el corazón algo que te pertenece. No me mires así. No puedo salvarte de tu padre.
Ese chaval, que soy yo. Yo subiendo la montaña detrás de mi padre, con piedras en la mochila Un chaval que creció y sintió dolores nuevos, porque la vida es un aprendizaje de tinieblas. Hay momentos buenos y momentos malos, me gustaría decirle. No es consuelo. Es la verdad, una verdad terrible por su simpleza.
Crecerás, y creo -¡ojalá!- esa padre que ahora odias (yo al menos la odié) siempre estará allí, cerca de ti. Abrazado a tus errores como a un tesoro.
La entrada de hoy es potente. Un impacto certero en "el punto dulce" de la línea de flotación. Eso sí, hay una cosa que cuesta entenderla (preciso: que me cuesta entender). Cuentas que cuando fichaste por los verdiblancos rompiste con tu padre. Pero si justamente era lo contrario: uno de los lemas más repetidos en el Betis era aquello del "dulcísimo precepto".
ResponderEliminarTambién estaba lo de la familiosis, que a mí me venía muy bien.
ResponderEliminar