miércoles, 11 de mayo de 2022

MUJERES ENAMORADAS.

Galicia  tiene  biografías de  gente muy dura.


En un verano después de la guerra , bajo un calor de  fuego  que asaba a los pájaros en el aire, una mujer andaba por la  linde  de un camino  descarnado y polvoriento  de Pontevedra con un hatillo en la mano. Se sucedían rastrojos,eriales estepas  , calveros  desmontes, trigales   segados envueltos en un engrudo  de luz quemada.

Aquella mujer iba en busca de    su hombre que   estaba  en la cárcel, condenado a muerte. 

Después de ir en trenes y autobuses de horarios imposibles , caminar varios  días  llegó a la prisión de Ocaña y allí el funcionario le dijo que el preso  había sido destinado  al penal de Chinchilla. El paisaje calcinado  por un sol rabioso  se perdía en el horizonte y hacia ese confín de la Tierra caminó aquella mujer con gesto decidido  y  concentrado. 

Al llegar al penal de Chinchilla tuvo que esperar en la puerta tres días hasta conseguir un permiso de visita.  Antes de entrar en el locutorio un  alguacil  le hizo saber que su hombre no figuraba en la lista de los reclusos. Después de repasar varios expedientes mugrosos le dijo que su hombre estaba  la prisión de Cartagena.

Dormía de noche en los barbechos del camino  y le servía de cabezal el hatillo que llevaba atado con varias vueltas de cuerda

 Al llegar a Cartagena, la mujer del preso tuvo que esperar otros tres días en la puerta de la cárcel. Le atendió el subdirector , de pie en un pasillo desconchado ,y  le  leyó  , anónimo e impersonal   un oficio donde se  decía que el hombre que ella buscaba había sido ejecutado esa misma madrugada. 

La mujer no lloró. 

A pleno sol, junto a unos  rastrojos  del camino  , deshizo el   petate , que se componía de un traje negro, de unas medias de algodón negras y de un pañuelo negro para la cabeza; se quitó el vestido de lunares rojos que llevaba, el  mismo  que había enamorado hasta la locura a ese hombre, se vistió de luto y con la cuerda  en la mano atravesó el mismo horizonte de ardiente soledad  y sudorina  para volver a casa. 

Estos paisajes saben  del dolor de una mujer aún perdura en ellos como un latido que emite los sollozos de   la  fosa aséptica  del mal en el mundo.

Sobre esa  gente se  ha construido este país.

( Esta foto la hice en Tamahú. Una anciana venía a misa descalza un día de lluvia desde una aldea a varios kilómetros). 




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