El lunes, en las llamadas telefónicas que hice en la Cruz Roja, una me conmovió especialmente.
Es un matrimonio mayor. Ella tiene ochenta años, él cerca de noventa. Viven solos. El hombre padece Alzheimer, y sufre un proceso cancerígeno terminal. Me contaba la mujer que dos noches atrás él se cayó de la cama , al parecer le sobrevienen ataques de pánico , y ella fue auxiliarle. Al intentar incorporarlo cayó también sobre él. Los dos postrados, sin poder moverse del suelo, e incomunicados , pues el pulsador de la Cruz Roja lo tenía en su mesilla.
- Fue muy angustioso. Eran las tres y media de la noche y no podía llamar a nadie. Él gemía, protestaba, y yo no sabía qué hacer. Estaba en el suelo, al lado de una persona que no me reconocía, esperando a que alguien llegase a casa. Pasé la noche en vela, rezando...a las diez y media de la mañana nos encontró la enfermera que viene a ayudar por las mañanas.
Llegué a casa muy rayado. Uno también vive en pareja y sin hijos. Y me entró miedo. Miedo a un futuro de enfermedad, de lejanías insomnes, de ser una carga , un pobre desmemoriado que mira a una desconocida en el suelo de una habitación anónima y que no sabe qué sucede a su alrededor.
Y tomé la decisión de hacer mi testamento vital. No quiero ser una nada que pesa muchísimo.
Hay un cuento que me impresionó mucho cuando lo leí: una persona ingresa en la planta octava de un hospital para ser atendido de una levísima enfermedad. Conforme empeora su estado, le van bajando de piso. Los médicos le dicen que es por pura precaución, para cuidarle mejor. Al final, acaba en la planta primera, que es la de los desahuciados, la de los que van a morir sin remedio.
El cuento es una metáfora de la vida, que es un descenso imparable hacia la muerte. Pero no nos damos cuenta. Preferimos pensar que no sucede nada cuando bajamos de planta.
Eso sucede en muchas residencias de mayores, van pasando de comedor de válidos, de allí a otro de asistidos por grados , y finalmente terminan demenciados.
El dolor es la conciencia de este imparable descenso hacia la nada, de la fragilidad de nuestra existencia, de las limitaciones del cuerpo. Como no podemos enfrentarnos con la realidad cotidiana de nuestra finitud, nos engañamos y pensamos que somos eternos. La mentira es un recurso que nos ayuda a soportar la vida.
Cuando uno está enfermo se plantea por primera vez en serio el problema del tiempo, que aparece como el bien más precioso del que disponemos. Es entonces cuando percibimos su valor y empezamos a administrarlo con sabiduría.
Pero a mi lo que me aterra no es ese tiempo, ni la angustia de la muerte que corroe el alma:.
Lo que me aterra es doler y no saber, ni conocer el sufrimiento y la esclavitud que produzco. Y no poder pedir perdón desde mi olvido.
Han pasado ya dos años, precisamente hoy, desde que se fue nuestra Asun; Asun Balonga. Y yo la echo muchísimo de menos. Pero muchísimo.
ResponderEliminarY la imagino allí donde esté, cantando la marsellesa, reclamando pan y justicia, perfumándose el pelo y diciendo aquello de "el sol es la joya más preciosa que puedes ponerte cada mañana"...
Rezo por ella. Por todos. Y espero poder encontrarla algún día.
Vivamos mientras tanto, Suso. Que no es poco. Y que nos esperen...
Ayer recibí este mensaje en otra entrada ( Recuerdos)
ResponderEliminarQué palo, pero qué palo.. En mi última etapa en sant Cugat quedé con Asun a tomar café . Hablamos de los años del club Herzegovino, cuando ella, de catorce años, venía en Navidad con su familia y cantaba con esoa jóvenes que le tenían enamorada.
Ahora me doy cuenta que venía a recordar momentos en que fue muy feliz.
Aunque intuí algo su enfermedad, no hablamos de ello.
Descanse en paz. Una gran mujer. persona muy buena. Rezo por ella. Y me encomiendo a ella también.