Los zapatos son el rostro secreto de mi vida interior. Dos desdentadas bocas abiertas, dos historias que han andado su propio camino, que se han doblado para rezar, dibujándose su cicatriz en el empeine, y una puntera que mira al cielo.
Mis zapatos son alegres porque voy por la vida dando brincos. Y los cuido poco porque uno es perezoso y no le gusta presumir.
Cuando alguien me dice "yo en lo primero en que me fijo es en los zapatos", pienso "pues , vaya, yo no".
Alguien que sepa de zapatería parda será capaz de leer el Evangelio de mi vida en la tierra y más allá, de las cosas que están por venir. Sabrá mucho de mi: en qué creo, a quién amo, mi pasado, mi presente, y a donde dirijo mis pasos en libertad.
Porque estos zapatos andan en libertad.
Zapatos, dais forma a la única verdad parecida a mí mismo.
Sois madrugadores y noctámbulos, famélicos y arqueados. No os ha importado hollar el barro , pisar charcos de lluvias caídas mientras lloraba. También cantáis mientras camino- ¡chuic, chuik!- y como los gatos callejeros merodeáis desgarrados a ver qué cae.
Cuando niño teníais una forma infantil, inocente, alegre, juguetona, divertida y sorprendente. Nos movíamos en la sombra furtiva de las cosas, y éramos felices con nada.
De chaval vinisteis conmigo a la aventura, enamoradizo, soñador, desordenado, con los cordones sin abrochar, sucios, con la olora nauseabunda que a mi padre le parecía que lo hacía a posta.
Mi padre, que era hombre nasal, de pituitaria fina ,sensible, delicada, le parecía un horror haber engendrado un hijo con esos pies.
Gracias a Corpitol, un mejunje que se usa para las escaras, descubierto por Manu, aquello pasó a la historia.
¡Ay zapatos!, ¡viejos amigos dominados por movimientos extraños, por inquietudes que os hacen mover de aquí para allá sin sentido!. ¡En vaya líos os he metido!: hemos entrado en casas, subido a tejados, deambulando en incursiones lejanas e inverosímiles.
Y ahora, aquí estamos, los tres.
Lo que me gusta de vosotros es que moriréis juntos, a no ser que en la vida os pase como a mi: me quedé sin un pie, y ande cojo, con un solo zapato.
esto me recuerda al libro el peregrinaje de harold fly.recomendadisimo
ResponderEliminarA Van Gogh lo asociamos con su serie de girasoles, pero tiene también toda una serie de cuadros de zapatos y de botas, que cualquiera puede ver en google buscando “Van Gogh” y “zapatos”.
ResponderEliminarUno de los textos más famosos de Heidegger es precisamente un comentario de uno de esos cuadros de Van Gogh, en el que el filósofo describe cómo todo el mundo del campesino queda recogido en sus zapatos, pero queda recogido en ellos calladamente y sin ostentaciones. Aunque el comentario es bastante más largo, como también está disponible en internet, os dejo sólo este fragmento:
“En la oscura boca del gastado interior del zapato está grabada la fatiga de los pasos de la faena. En la ruda y robusta pesadez de las botas ha quedado apresada la obstinación del lento avanzar a lo largo de los extendidos y monótonos surcos del campo mientras sopla un viento helado. En el cuero está estampada la humedad y el barro del suelo. Bajo las suelas se despliega toda la soledad del camino del campo cuando cae la tarde. En el zapato tiembla la callada llamada de la tierra, su silencioso regalo del trigo maduro, su enigmática renuncia de sí misma en el yermo barbecho del campo invernal. A través de este utensilio pasa todo el callado temor por tener seguro el pan, toda la silenciosa alegría por haber vuelto a vencer la miseria, toda la angustia ante el nacimiento próximo y el escalofrío ante la amenaza de la muerte. Este utensilio pertenece a la tierra y su refugio es el mundo de la labradora. El utensilio puede llegar a reposar en sí mismo gracias a este modo de pertenencia salvaguardada en su refugio.”