En Tiedra hay un castillo altivo y solitario. Tiene el encanto y recuerdo de antiguas monarquías.
Se abre a un paisaje panorámico y romántico, de atardeceres encendidos de una calidez maravillosa.
Vale la pena acercarse a él, sentarse en sus corcovadas rocas, asiento real de pastores, y estarse allí sin añorar nada.
A lo lejos casi se ve la tierra de Toro, en una calima desmayada y delicada. Esta tarde parece un espejismo trémulo de un verde que se oscurece al caer el sol.
La dispersión de este atardecer produce una sensación de flojedad y de libertad inefable. Es un sentimiento que he vivido muchas veces, como de bienestar aéreo. Por ejemplo, sentado en una piedra que hay en un cerro que yo me sé con vistas a Simancas , cuando sientes la caricia del ancho viento en el rostro.
Alguna vez me he quedado allá quieto hasta que se pierde la vista del castillo de Simancas en la grisalla del crepúsculo.
Desnuda está la tierra,
ResponderEliminary el alma aúlla al horizonte pálido
como loba famélica. ¿Qué buscas,
poeta, en el ocaso?
¡Amargo caminar, porque el camino
pesa en el corazón!.¡ El viento helado,
y la noche que llega, y la amargura
de la distancia!... En el camino blanco
algunos yertos árboles negrean;
en los montes lejanos
hay oro y sangre... El sol murió... ¿Qué buscas,
poeta, en el ocaso?
(A, Machado)
Preciosa foto.