martes, 21 de abril de 2015

NO TE CANSES.

La mediocridad, posiblemente, consiste en estar delante de la grandeza y no darse cuenta.

Y hay un secreto para vacunarse contra la mediocridad: no cansarse de mirar, de observar.

Es experiencia común - me ha sucedido  en Tamahu-  que cuando observas a alguien mucho tiempo, días, meses, sea como sea fisicamente, incluso un monstruo,  terminas descubriendo la belleza de esa persona, o de ese ambiente. Y no sólo su belleza, también su sentido.

No te canses de mirar, aunque te pueda repugnar al principio: la belleza sólo llega a quienes la esperan.
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EN LO SECRETO.

5 comentarios:

  1. Me llamaron porque era mi trabajo.
    Levantar un nuevo pabellón en una residencia de ancianos en Coslada.
    La arquitecta se había sometido a una operación de botox, con tan mala fortuna que se le había desfigurado la cara. Mantenerle la mirada no era tarea agradable.
    Estaba completamente deformada.
    Así que me armé de paciencia y le tiré a la obra.
    ...
    La mujer fue tratada con respeto y con dignidad. Y al final no me resultó tan desagradable.
    Durante la obra, la directora de la residencia adoptó a un negrito, y compartió su alegría con todos los albañiles.
    Guardo una foto de esa obra, la arquitecta y el negrito en la rampa de acceso.
    ...
    A veces miro los edificios que levanté, y solo veo a la gente con la que me crucé.
    Y sólo recuerdo a aquellas que me enseñaron algo diferente.
    Algo que no tenía previsto sentir.

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  2. hay que cuidar mucho esos ojos con los que se mira el mundo. Es fundamental que estén limpios. Un beso Suso

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  3. Esta entrada y el texto de Driver me han hecho recordar el comentario que Rilke escribió sobre la escultura de Rodin “El hombre de la nariz rota”. Os dejo el enlace a la fotografía y el comentario de Rilke.

    https://farm6.staticflickr.com/5268/5560327519_401e78d50e_b.jpg

    “Este período de maduración de Rodin queda limitado por dos obras: en su comienzo está la cabeza de “El hombre de la nariz rota”; en su final, la figura del joven, “El hombre de los primeros tiempos”, tal como lo llamó Rodin. La máscara de “El hombre de la nariz rota” fue rechazada en 1864 de la exposición en el “Salón”, lo cual resulta bastante comprensible, pues se siente que en esta obra el estilo de Rodin había madurado ya por completo, que su estilo estaba ya totalmente terminado y que era totalmente seguro. Con la desaprensión que tienen las grandes confesiones, esa obra contradecía los cánones de la belleza académica, que todavía era la que dominaba. […] La plástica que se hacía era aún la de los modelos, la de las poses y las alegorías, el oficio fácil, barato y autocomplacido que se las arreglaba con la repetición más o menos hábil de algunos gestos canonizados. Ya en estas circunstancias la cabeza de “El hombre de la nariz rota” tendría que haber desencadenado aquella tormenta que sólo estalló con obras posteriores de Rodin. Pero probablemente en aquel momento devolvieron la obra casi sin hacerle caso, como el trabajo de un desconocido.
    Uno siente lo que incitó a Rodin a modular esta cabeza, la cabeza de un hombre envejecido y feo, cuya nariz rota hacía que la atormentada expresión del rostro resultara aún más acentuada: era la plenitud de vida que se había concentrado en estos rasgos; era la circunstancia de que en este rostro no había ninguna superficie simétrica, que nada se repetía, que ninguna parte del rostro había quedado vacía, muda o indiferente. A este rostro la vida no sólo lo había tocado, sino que lo había maltratado, como si una mano inapelable lo hubiera sostenido exponiéndolo al torbellino de unas aguas crecientes que lo hubieran consumido. Cuando uno sostiene esta máscara en sus manos y le da vueltas, se queda sorprendido de los constantes cambios de perfiles, de los que ninguno es casual, tentativo o indefinido. En esta cabeza no hay ninguna línea, ningún solapamiento, ningún contorno que Rodin no haya visto ni querido. Uno cree sentir cómo algunos de estos surcos llegaron antes, otros más tarde, cómo entre esta y aquella grieta que atraviesan los rasgos han transcurrido años de temor. Uno sabe que de las señales de este rostro algunas se grabaron lentamente, casi como titubeando; que otras señales, después de haber sido primero pretrazadas levemente, luego fueron remarcadas por una costumbre o un pensamiento que siempre volvía, y uno reconoce aquellas mellas incisivas que tuvieron que haber surgido en una noche, como picoteadas por el pico de un pájaro en la frente velante de un insomne. Uno tiene que esforzarse por recordar que todo esto está en el espacio de un rostro, que tanta vida pesada y anónima se alza desde esta obra. Si uno baja la máscara depositándola ante sí, le parece estar en lo alto de una torre y estar mirando hacia abajo a una tierra con desniveles, sobre cuyos enmarañados caminos han pasado muchos pueblos. Y cuando uno vuelve a alzar la máscara, está sosteniendo una cosa que tiene que llamar hermosa a causa de su perfección. Pero no es nada de esta incomparable formación lo que causa esta belleza. La belleza surge de la sensación de equilibrio, de compensación de todas estas superficies movidas entre sí, del conocimiento de que todos estos momentos de excitación terminan de resonar en la cosa misma y expiran en ella. Apenas queda uno sobrecogido por el polifónico tormento de este rostro cuando ya siente enseguida que de él no brota ninguna queja. Ese rostro no se vuelve al mundo: parece portar en sí mismo su propia justicia, la reconciliación de todas sus contradicciones y una paciencia que es lo bastante grande para sobrellevar toda su pesantez. “

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  4. La grandes está en el diálogo permanente con los muertos de pensamiento viviente y por empezar a darse cuenta de dos cosas en España: Ortega es un vanidoso y un farsante y todo lo que hay en política desde la mal llamada transición es mentira y es indigno. A partir de ahí, se empieza a ver el bosque de la grandeza.

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  5. O sea, la belleza te tiene que pillar mirando... Como diría Picasso.

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