martes, 14 de abril de 2015

MAESTROS.

Ascendiendo al paso a las aldeas encontrabas por la selva a unos seres admirables: los maestros.

Todos los días, haga frío, calor, llueva, truene, o caigan chuzos de punta, cinco o séis maestros ascienden empinadas laderas durante horas para impartir cuatro horas de clase a unos niños indígenas.

Todo es absurdo, porque no tiene sentido un sistema educativo que supone tanto esfuerzo para tan poca dedicación. El nivel de esos profesores, dicho sea de paso, es muy bajo, acorde a los sudores de tanto  jadeo inútil e inasequible. Las distancias mantienen a estas mujeres y hombres en atmósferas teñidas de un romanticismo castrense, de un heroico sentimentalismo. El esfuerzo por andar a estas lejanías para impartir unas pocas horas de clase irisa  a los maestros y sus labores,  embellece  su labor.

Hablas con ellos, y ya no digamos si lees sus notas en los cuadernos de los críos, y se te cae el alma  a los pies. 

La educación en Guate, como en todo el Mundo, es industria de políticos. Las escuelas son invenciones para sostener burócratas a precio de saldo.Son establecimientos de una mediocridad evidentísima.  Parece que lo único que interesa es guardar a los  patojos unas horas. En fin, una escusa insuficiente que trata de justificar dedicaciones  aparentes.

El maestro es un organizador de ausencias, y una señora, o señor, aburrido de gestionar las horas de patio de estos horarios infantiles carcelarios y pesados.

Nada más árido y monótono que estar vigilando, y nada más triste que terminar siendo un baobab de estas criaturas.

Ninguno de estos niños terminan por  alcanzar algún sueño. Lo mismo que sus profesores. Todo es una pantomima para hacer creer que...

Estos muchachos , que hubieran sido mucho más felices  de haberse podido mantener en el analfabetismo profundo, ha de simularse durante un tiempo que pueda ser, pase lo que pase, arquitecto, o abogado, o policía (¡mira que  hay militares y policías en este  país), o maestro...

Al final, todos tranquilos, las aguas vuelven a su cauce, y son, como siempre, lo que la fatalidad quiere que sean.

Sólo unos pocos consiguen salir de la órbita de esos valles, esas aldeas, esos ríos , y esos paisajes.

Son los más felices.

 


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