Nos lo enseñó Jorge Manrique: la vida es el río que va a dar al mar. Un río donde no te puedes bañar dos veces.
En Valladolid me gustaba andar hasta la ribera cercana al colegio Peñalba donde desembocaba el Pisuerga en el Duero y me sentaba en la orilla entre las flores a contemplar cómo fluía el agua. Entonces tendría cerca de cincuenta años. Y recordaba la memoria limpia o turbia de mis días.
Con frecuencia , sobre todo en las horas anteriores al sueño, imagino remontar el cauce hasta llegar al manantial donde uno se bañaba de niño, aquellas risas, aquellos gritos. Recuerdo también los felices y turbulentos días de la adolescencia cuando era todavía agua plateada de alta montaña, tan fría e incontaminada la que llegaba de esos primeros años.
Bajo la espesura de los bosques había plácidos remansos, que a veces un rayo de sol hería hasta el fondo de la memoria y allí la inocencia se fundía con el verde del agua desnuda.
Pero hubo en momento en que la vida dejó de deslizarse suavemente sin peligro río abajo y en las riberas aparecieron los primeros peces panzudos y emponzoñados por el veneno de las ideologías, de lo que estaba bien y estaba mal, de dioses predicados por escrupulosos . Recuerdas muy bien cuándo fue y quiénes eran esos .
Después atravieso un lodazal de pan de rana , de aguas fétidas , antes de llegar a este prado otoñal donde ahora estoy sentado contemplando cómo pasa el agua.
El río tiene una doble corriente, una superficial y otra profunda, como sucede también en la vida. Este suave airecillo de febrero va a producir muy pronto un violento deshielo, y con la crecida por la superficie veré pasar junto con cosas muertas que arrastra el cauce de mi vida , árboles arrancados de cuajo y enseres inútiles, todo lo que en mi es vanidad y estupidez.
En cambio, por el fondo del cauce con el légamo fluirán hacia la muerte, hacia el mar, el esfuerzo que hice para no ceder al fracaso y a la tristeza , los amores y sueños que tuve, toda la belleza que pude obtener como un regalo de mi paso por la tierra. Allí vienen mis padres, mis hermanos, los amigos que me acompañaron en este largo río, los profesores, algún sacerdote, las canciones, los paisajes, Matilde, Manuela, Ana, Carlota, Carina Jaume, Andreu...,y Dios, siempre Dios, a veces Padre, a veces de una severidad incomprensible.
Y al final...¡el mar!.
El río es la infancia: el Misisipi de Tom Sawyer y Huckleberry Finn (la de veces que me acerqué al Huerva o al Ebro esperando ver algún ahorcado o algún tahúr aunque fuera de guiñote).
ResponderEliminarEl Ara de mi primer campamento en Broto y sus cantos (los rodados y los sonoros), con su agua gélida en la que siempre caían los mismos torpes con regocijo del resto.
Tempus fugit. Qué cabronada.