Muy buena la biogafía de Joseph Pearce sobre Oscar Wilde: La verdad sin máscaras.
Wilde era un pobre hombre, digámoslo , y hay que juzgarlo por lo que dijo en su obra mucho más que por lo que dijo, o por lo que se supone que dijo, en su vida.
Hay unas obras en las que Wilde enseña la patita y se contradice a sí mismo: El retrato de Dorian Gray y el De profundis, así como La balada de la cárcel de Reading, escritas estas dos con ocasión del encarcelamiento del autor por conducta escandalosa.
En ellas se expresa lo contrario de lo que Wilde fingía presumir en público. En El retrato de Dorian Gray, su profunda veta moralista. En las otras dos, la búsqueda –y el fracaso– de una experiencia regida por la moral tradicional.
Wilde es un hombre atormentado.La biografía de Joseph Pearce deja bien claro que a Wilde siempre le interesó el catolicismo. En bastantes momentos se obsesionó con reconciliarse con la Iglesia Católica, y llegó a convertirse en su lecho de muerte.
Sabemos que Dios perdona, pero Wilde debía de saber que cuando se convirtió ya nada se le exigía. Hasta ahí, el abrumador sentido de culpabilidad que llegó a sentir no le impidió seguir hurgando en la ruina en que se había convertido.
Cuando al personaje de El abanico de lady Windermere, lord Darlington, autor de la definición del cínico como «un hombre que conoce el precio de todo y el valor de nada», se le dice que todo el mundo es bueno, responde: «No, todos estamos en la cloaca, pero algunos de nosotros miramos a las estrellas».
La propuesta de Pearce es mirar con Wilde a las estrellas y no mirarle y quedarse con él, en la cloaca.
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