jueves, 29 de octubre de 2020

FUERA DE LOS LÍMITES.

Vivimos rodeados de límites . De bien pequeños ,  desde que habitamos en ese pequeño espacio que durante nueve meses es nuestro hogar y es el útero materno. 


A partir de ahí, vamos creciendo y los límites forman parte de nuestra vida.


Más o menos grandes, más o menos lejanos, más o menos transparentes…pero siempre límites. 


La familia es un límite, la escuela, a política, la cultura, la religión.  Y nos parece lo normal, nos adaptamos a ellos, a las normas, a lo establecido, a lo que nos rodea, a lo que vemos a diario en otros, al modo en el que nos han educado. 


Esa jaula es tan real que ha conseguido que no nos apetezca salir de ella, y  la sintamos como nuestro hogar y que nos parezca que es ahí donde debemos estar. Ahí dentro con los prejuicios y convencionalismos, con la doble moral, con las mentiras aceptadas, con lo que se supone normal, con lo políticamente correcto, con lo que no nos deja pensar más allá.


Eso fue mi vida durante años hasta que llegó un momento en el que algo ocurrió, algo pequeño pero que movió una de las piezas e hizo que mis esquemas se cayeran, que hubiera un pequeño cataclismo en mi interior, que se desplomara ese muro que no me dejaba ver, que decidiera salir de esa bonita y confortable jaula y dejara las llaves. 



Se llamó amor. Y vino con nombre de mujer. 


Y cerré la puerta tras de mí sin mirar atrás, para no regresar. 


Entonces comencé a verme como era, no como se suponía que debía ser. Y me sorprendí. Y vi que los límites se rompían con facilidad porque no eran reales. Y respiré. Y me vi distinto. Y me sentí bien. Y me gusté. Y sentí que romper límites me hacía sentir fuerte. 


Y rompí los límites personales…los de mi mente, los de mi cuerpo. Y sentí lo que no había sentido. Y supe que las caricias, cuando no hay límites en la piel ni en la cabeza, son sublimes. Que los besos no quedan en los labios cuando los límites han caído. Que pueden incendiar cada centímetro de piel que recorren. Y que las manos pueden desatar tormentas y los susurros pueden transformarse en huracanes. Que las miradas anticipan, que la piel pide, que el cuerpo tiene su lenguaje, que el deseo puede llegar a tocarse. Sin límites…al menos sin los límites impuestos o lo aceptado normalmente.


Y comprendí que quien me quiere desea que crezca. Que es necesario romper límites para gustarse.


Lo convencional para quien lo quiera. Yo ya lo dejé de lado.




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