Todavía hoy. De vez en cuando cierro la mano derecha y noto esa molestia en la palma. Ahora es casi imperceptible, cada vez más débil.
Pero fue dolor intenso y que me parecía casi insoportable. Era aquella quemadura que me dejó en la palma de la mano una marca roja , como una firma…la de aquel clavo que ardía.
No debí haberme agarrado nunca a él y, ¡ hoy lo veo tan claro! , hice de la necesidad virtud. Pensé que era lo que debía hacer y que todo lo que había sido mi vida hasta entonces dejaría de tener sentido.
Resulta que un día decidí dar a alguien la importancia que no tenía…una importancia que estaba, incluso, por encima de mi mismo.
Ya sabes, es ese problema que llega cuando amas demasiado a quien no lo merece. Y un día caes en la cuenta que no sientes nada, y la otra persona tampoco.
Pero tienes miedo y piensas que sólo queda seguir como sea, a costa de ti , de seguir con nada, porque no ves un futuro.
Y justificas…y te culpas…y esperas…y confías…y te niegas a ver más allá porque estás asustado y sientes que te caes.
Que te caes con tu vida a cuestas, que todo pesa demasiado. Y en esa pared hay un clavo que arde. Y te justificas con falsas esperanzas. Y te agarras a ese clavo convencido de que no duele.
Ha pasado tiempo desde es día.
Hoy noté esa molestia en la palma de la mano derecha. La abrí. Y ahora sonrío al ver esa marca roja y alargada con forma de clavo, y la cicatriz de tu nombre. Ya no duele pero, una vez, sentiste que no había otra cosa en el mundo que pudiera salvarte.
Eras tú. Y ardía. Pero no era amor.
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