Sufrí unos directivos que premiaban y castigaban personas. También contrataban a la gente por sus afinidades , sobre todo si eran religiosas. Si habían estudiado en tales colegios, o su familia, o ellos mismos, pertenecían a determinada institución. Eso era señal de que eran buenas personas. Y, bueno, tal vez eran buena peña ( aunque podías encontrar por los pasillos algún hijo de puta, entre los que me encuentro).
Allí había unos cuantos maulas , promovidos por la misma cultura de la empresa. Al contratar " buenas personas " si no hay competencia técnica y profesional alta, qué importa añadir que sean piadosos, practicantes, y pudorosos ( allí las escotadas duraban poco, la verdad ( suspiro).
Unos jefes así fomentaban el peloteo más repugnante, la delación, y la vagancia. El paisaje era desalentador. Era una cultura tan infantilizada que nadie decidía nada por sí mismo. Sólo se llamaba a la puerta de los jefes para que dieran una solución.
Era imposible convencerles de que no se castigan personas, sostenes, maneras de vestir o jaculatorias. Se dirigen conductas profesionales.
Allí aprendí que no hay diferencia en valorar atendiendo a la motivación. Nadie estaba motivado porque no había ni premios, ni sanciones. Bastaba ser del Barça, ir a misa, y vestir recatado.
Pagaban muy mal, y se estiraban menos que el portero de un futbolín. A los jefes les daba igual que el individuo hiciera el trabajo con más o menos ilusión. Eso sucede en todos los sitios, pero lo que sí es controlable es que al que lo haga mejor lo tengo que premiar más que al que lo hace peor. Y estos, como buenos domadores, sacaban un cacahué del bolsillo y se lo daban al mono.
Un directivo, esto es sabido, no controla las respuestas, sino los premios y los castigos. Aquí es donde un directivo tiene su poder. Esto a esta gente se la bufaba.
Todo ser humano puede cambiar ante los incentivos adecuados. Por esa razón allí nadie cambiaba. Ver entrar por la mañana a la gente en la oficina era muy triste: parecían presidiarios arrastrando su bola y su pico, siempre los mismos pasos, los mismos rostros, la misma cansina y abúlica mirada....rezando para que uno de los jefes no fuera ese día al trabajo...¡día festivo!
Los chimpancés necesitan tranquilidad y un entorno controlado. No aspiran a más. Salvo algún esporádico robo de un bebé para devorarlo, a nada más.
ResponderEliminarEl día q no madrugas uno se preocupa...
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