La niñez de muchos de nosotros está dividida entre muchas lealtades: la madre, el padre, las familias de unos y otros, el colegio , la enseñanza que nos han inculcado, Dios...
Y los amigos, que también hilan el capullo de seda de nuestra vida.
Esas lealtades cruzan las fronteras de los dos lados de nuestro propio cerebro. En una parte hervía la brutalidad escolar del patio donde tus compañeros te exigían compartir los ritos feroces contra los maestros, o a favor del sexo sucio, o fumando e imitando rituales para hacerte el hombre.
En otra estaban tus padres y los hermanos dentro del orden apacible del hogar. La Virgen María, el Rosario en familia, el orden, la seguridad.
En el recreo mi timidez mórbida - porque soy muy tímido- se hallaba a merced de las humillaciones de los demás , y yo tomaba partido por el peor Suso que pudiera ser. Y toda mi vida después no ha sido más que enfrentarme a ese que desprecio, y sus caricaturas.
Esa neurosis tuvo un primer tributo. A los 16 años fui sorprendido en el salón de casa por mi padre clavándome unas agujas en las piernas . No hacía más que representar una escena de algún guión que imaginé. Algo parecido a un martirio...¡yo que sé!.
El hombre se asustó. No alcanzó a comprender , y suspendió el juicio sobre mi:
- No te entiendo- sentenció.
Mi padre me llevó a un psiquiatra - "no creo que estés loco, pero necesito saber como eres", me dijo de camino a la consulta.
El médico me hizo una batería de tests . Me mostró unas láminas de un chico joven desnudo ascendiendo una soga en una habitación vacía.
Imaginé lo peor cuando me preguntó por su significado.Mentí, porque lo que pensaba era muyyyy sucio.
Oído lo cual, el psicoanalista, para quitárseme de encima, le dijo a mi padre que me agotara. Eso fue lo que hizo.
Embargado por un gran sentimiento de libertad, fui a Monterols, a Barcelona, como un caballo desbocado, y anduve en la cara oculta de mi mismo y mis debilidades. Fui un desecho humano. Me perdí degustando la sabrosura del pecado, y en medio de tanto caer y levantarme supe que ese sabor era el único que le había dado sentido a mi vida.
Después Dios quiso que conociese una mujer , en cuya alma tuve el privilegio espiritual de alcanzar el cielo a través de mi pequeñez. Yo, que pensaba lo sabía todo.
Siempre el doble juego, entre el miedo y la temeridad , el pecado y el perdón , el amor y el odio, el sufrimiento y la compasión, la inocencia y la perdición . Gracias a Dios me enamoré hasta el fondo, donde nadan los peces microscópicos que nunca ven la luz.
Y la vida sigue...
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