Es que no aprendo.
Lo típico. Me susurra un amigo, conocido, saludado (que no sé qué es) , una confidencia con la coda final de “oye, esto, entre nosotros”.
Y, para qué mentir, lo he contado . Sé que no se conocen entre sí este colegui y el otro, pero añadí la coletilla a mi nuevo confidente " no se lo digas a nadie , si lo haces diré que es mentira".
Será cuestión de días que el cotilleo sea patrimonio de medio centenar de personas.
¿Por qué somos así?
Me tiró piedras sobre mi tejado pero sé, y tú , amigo lector , también lo sabes, que la mejor fuente de información son las personas que han prometido no contárselo a otras.
¡Cómo somos!: casi siempre necesitamos un testigo a quien confiar aquello que no debe saberse.
Compartimos con el amig@, o conocid@, o saludad@, nuestros secretos . Puede ser muestra de amistad y confianza. O no. Hay quien cuenta su vida a quien pasa por allí. Da igual: con ello cargamos en el otro una responsabilidad que no ha elegido tomar desde el momento en el que decimos “¿podrás guardarme un secreto?”.
Lo que yo he aprendido es que aunque nos juren confidencialidad la probabilidad de que el pájaro del secreto escape de la jaula es altísima.
La verdad es que cuesta encontrar temas de conversación excitantes en una pareja, en un grupo de amigos o en el entorno familiar. Por eso es fácil que en una velada aburrida, tras la segunda cerveza o copa de vino, salte el clásico “si te cuento algo gordo, ¿puedes guardarme el secreto?”. En estas tertulias hay auténticos expertos de la coña.
Pero hay temas que no son de broma. Hay confidencia que pone en una difícil situación moral a quien la escucha. Por ejemplo, si se es amigo de una pareja y uno de ellos nos cuenta una infidelidad. Es asunto muy delicado que puede llevar a abrir la caja de los truenos.
Es de Beethoven la sentencia “no confíes tu secreto ni al más íntimo amigo; no podrías pedirle discreción si tú mismo no la has tenido”
También está el provocador, o provocadora de sinceridades. Son gente que pregunta a bocajarro , a veces llevado de un abuso de su amistad. Ayer me crucé con un exalumno y me preguntó por una una cuestión de mi vida muy delicada. Me sentí violento.
- Conste que me lo has preguntado tú. Te voy a contestas la verdad , y pienso que no estás preparado para oírla.
Efectivamente, no lo estaba.
Con el tiempo uno aprende que somos un animal social que necesita involucrar a su clan en las decisiones que toma, ya que la aprobación del círculo íntimo le resulta vital. También revelamos lo inconfesable, sobre todo en asuntos frívolos, por el morbo de poder contarlo. Es más, sabemos que ciertas proezas tienen como principal objetivo ser contadas. Y lo sabemos porque tampoco son para tanto. ¡Nos parecemos tanto!
De todas formas, hay temas de enjundia. Un secreto es una prueba de amistad que, si no superamos, repercutirá negativamente en la confianza de quien nos lo ha contado. Si por nuestro carácter somos incapaces de guardarlo, es mejor decirlo de entrada.
Antes de revelar una confidencia de otro, debemos medir las consecuencias que puede tener para esa persona. Hay que distinguir una anécdota simpática e inofensiva de algo que comprometa gravemente al otro.
Una experiencia: jamás transmitas una confidencia por mensaje de texto. El destino de todo mensaje interesante es ser rebotado a los destinatarios más inesperados. Guardo unos mensajes cruzados entre el director de Recursos Humanos y el Director Comercial de mi anterior empresa ( el de RRHH cometió el error de contestarme en línea con los recibidos). Se refieren a mi. Uno de ellos mentía gravemente sobre una cuestión que el otro ignoraba.
En fin. Se demostraba la hijoputez del director comercial de u na manera palmaria.
La inocencia también puede ser culpable. Se cuenta de un sacerdote que fue festejado en sus bodas de oro. En los postres llegaron los brindis. Cerró el presbítero contando una anécdota:
- Doy muchas gracias a Dios por estos maravillosos años. Recuerdo perfectamente como si fuese hoy mi primera absolución. Fue la de un joven que se había confesado de asesinato de una novia que tuvo. Yo, sacerdote joven, sentía la grandeza del sacramento del perdón en aquella alma atribulada.
En ese instante , entró en el comedor un invitado tardío. Alegría de todos los que le conocían.
- Padre, ¿no se acordará de mi, pero yo jamás le olvidé. Yo fui el primer penitente que usted escuchó en ¡confesión!
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