Doña Rosita la soltera, de Lorca tiene un monólogo en el tercer acto demoledor: Rosita tiene 45 años y habla, por primera vez ante su tía y el ama, de lo que ha sido su espera. La vuelta de su primo, de quien estaba enamorada y comprometida para casarse, durante 30
años.
"Ya soy vieja. Ayer le oí decir al ama que todavía podía yo casarme. De ningún modo. No lo pienses. Ya perdí la esperanza de hacerlo con quien quise con toda mi alma, con quien quise y... con quien quiero. Todo está acabado... y, sin embargo, con toda la ilusión perdida, me acuesto, y me levanto con el más terrible de los sentimientos, que es el sentimiento de tener la esperanza muerta.
Toda una vida...Es el drama oculto de tantas mujeres, y no sólo mujeres. Lo han sacrificado todo por un ideal absurdo, por su madre, padre, o hermanos. Han estado allí. Leo este monólogo y siento unas ganas inmensas de pedir perdón.
"Me he acostumbrado a vivir muchos años fuera de mí, pensando en cosas que estaban muy lejos, y ahora que estas cosas ya no existen sigo dando vueltas y más vueltas por un sitio frío, buscando una salida que no he de encontrar nunca.
Yo lo sabía todo.
Sabía que se había casado; ya se encargó un alma caritativa de decírmelo, y he estado recibiendo sus cartas con una ilusión llena de sollozos que aun a mí misma me asombraba. Si la gente no hubiera hablado; si vosotras no lo hubierais sabido; si no lo hubiera sabido nadie más que yo, sus cartas y su mentira hubieran alimentado mi ilusión como el primer año de su ausencia. Pero lo sabían todos y yo me encontraba señalada por un dedo que hacía ridícula mi modestia de prometida y daba un aire grotesco a mi abanico de soltera.
Cada año que pasaba era como una prenda íntima que arrancaran de mi cuerpo. Y hoy se casa una amiga y otra y otra, y mañana tiene un hijo y crece, y viene a enseñarme sus notas de examen, y hacen casas nuevas y canciones nuevas-...y yo igual, con el mismo temblor, igual; cortando el mismo clavel, mirando las mismas nubes; y un día bajo al paseo y me doy cuenta de que no conozco a nadie; muchachas y muchachos me dejan atrás porque me canso, y uno dice: ´Ahí va la solterona´; y otro, hermoso, con la cabeza rizada, que comenta: ´A esa ya no hay quien le clave el diente´.
Y yo lo oigo y no puedo gritar. Voy adelante , con la boca llena de veneno y unas ganas enormes de descansar, de quitarme los zapatos y no moverme más, nunca, de mi rincón.
Quiero huir, quiero no ver, quiero quedarme serena, vacía..., ¿es que no tiene derecho una pobre mujer a respirar con libertad? Y sin embargo la esperanza me persigue, me ronda, me muerde; como un lobo moribundo que apretase sus dientes por última vez."
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