lunes, 14 de febrero de 2022

TU ISLA ERA OTRA.

Con el tiempo y los fracasos, que los he tenido cojonudos, aprendí a  no creer  en mí mismo, y del rey abajo, ninguno. En fin, repites curso, te expulsan del colegio, no das pie con bolo en tu entrega vocacional, vas de acá para allá como una bola de billar chocando superficialmente con las cosas, a veces con las personas...y todo sin dejar de soñar. Siempre esperando. 


Mi padre compró un libro , un tocho . Era un tratado de caracteorología de unos tío que se llamaba Le Gall. Lo tenía subrayado con anotaciones sobre mi " ¡ojo, Suso!"....Cuando descubrí el tomazo y el protagonismo que yo adquiría me lo leí de arriba abajo. Muchas veces. Y, de esa manera manera, a los trece años,  comencé a conocerme. Porque allí se hablaba de sexo, de emociones, de lo primario y secundario...


Y junto a eso, el cine, leer,  cantar, imaginar una vida que después intentaba llevar a la práctica.


Lo único que me enseñó el cine, y la literatura fue a escuchar. No sé que me sucedía que la gente me contaba sus cosas.


La misma curiosidad por el mundo que me llevó a ir de aquí para allá, con mis tonterías y mis payasadas,  fue la base de mi labor como profesor. En realidad, yo no era un profesor al uso, era otra cosa.  Cuando explicaba un delirio, una historia, una anécdota,  daba muestras de haberla vivido en mis carnes . Esta ósmosis entre los chavales, los padres  y yo era posible me hizo descubrir los efectos terapeúticos de la palabra y por qué, metido en una tutoría, o en una preceptoría  era otro:  perplejo y humillado ante los desvíos de la vida, dispuesto a aprender lo que el crío quisiera enseñarme. 


Pero ni era un buen profesor, ni siquiera me importaba serlo. Uno vivía con un ímpetu extraordinario, dispuesto a vaciarse. 


Pero viviendo de las reservas, del cuento. Y sabiendo, en el fondo, que estaba a medio hacer. Y al dejar la obra, cuando leía " no doy un duro por el hijo mío que abandona su vocación",  pensaba " yo tampoco".


¿Qué sucedió?


Un día,  en un instante, descubres que en un sólo segundo  puedes amar como en toda una vida.


Descubres ese  momento de  gozo como una isla desconocida que puede aparecer ante la proa de esa nave que te  lleva , una mañana ignorada, por la ruta que ni tiene nombre porque aún se dirige a puerto seguro. 


Entonces, te arrepientes de no haberte lanzado  ardientemente entonces a la locura de amar, cuando tu cuerpo era ágil.


Pudiste  hacer trizas el ánfora que conservaba el viejo perfume, para aspirar  de un solo golpe toda su intensidad embriagadora  y quién sabe si haber muerto  después de la prueba.


Cuando te suceda, si te sucede, no llores...esa isla maravillosa no era tu isla. La tuya era otra, y la alcanzarás.


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