Veo un telediario y alucino cuando hablan de “cultura”. Lo mismo me sucede escuchando la radio...”cultura”.
Y resulta que es “publicidad”. Te hablan de que no sé quién estrena película, que si tal cantante dará una gira por aquí, que saca disco zutano, que da una conferencia no sé quién...¡joder!, ¡eso es publicidad!.
Tampoco hay críticos. Si hablan de cine te cuentan los estrenos, o si es arte, la nueva exposición de fulano.
Estamos rodeados de publicidad y propaganda y nos engañan con que eso es cultura. Cuando lo que hacen es acomodarnos a una industria. O sea, pelas. Y mucha complacencia y autosatisfacción. Las entrevistas previas al último estreno de Almodovar, por un poner, son un prodigio de manipulación.
Estamos tan mal que nos están colando como alto nivel cultural el mundo de los chefs, de los modistos, de las pasarelas. ¡Qué cojones! Y nos colocan un aparte en los telenoticias como un algo “cultural”, cuando son anuncios maquillados.
Lo mismo sucede con los deportes. Ya son cultura. Y la opinión de un jugador, por muy campeón mundial que sea, hablando de la política lingüística catalana
, está al mismo nivel que la de un académico de la Lengua.
Y al futbolista lo sacas de las botas y no sabe hacer la “o” con un canuto.
Hay que joderse.
Estamos en manos de anónimos creativos de agencias de publicidad. No hay más.
Y al futbolista lo sacas de las botas y no sabe hacer la “o” con un canuto.
Hay que joderse.
Estamos en manos de anónimos creativos de agencias de publicidad. No hay más.
Hemos echado al desván de las cosas pasadas de moda el ejercicio de pensar. Ya no hay ideas, hay imágenes, el público reacciona por reflejos condicionados activados por técnicas publicitarias.
Es difícil detectar los contrabandos y las extorsiones de que somos víctimas.
Por ese camino, un gilipollas vestido de gilipollas como John Galliano, y sus pasarelas (podríamos citar cientos de nombres de gilipollas en todas las “culturas de hoy” y sus pasarelas) ocupa portadas en todo el mundo.
Un futbolista opinando con trascendencia sobre la cultura, el arte o la política debería merecer tanta atención como un filósofo pateando un balón: ninguna. El problema es que lo primero lo vemos con saturación y hasta la náusea cada día; y lo segundo no, por el recato y el elemental pudor de quien no hace - o al menos no exhibe - lo que no sabe.
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