viernes, 9 de octubre de 2015

UN DOMINGO EN EL CAMPO

Creo que se ha perdido la costumbre familiar de ir  los domingos al campo. 

Cuando tenía ocho o nueve años, mi padre nos llevaba  a pasar las jornadas festivas a una Ontinar del Salz , cerca de un río , y una chopera.  . Salíamos tempranico , y bien contentos.

El día se hacía enormemente largo. Nos bañábamos, tirábamos piedras planas que  rebotaban salpicando la superficie del agua , explorábamos los alrededores, nos echábamos la siesta, llenábamos las botellas con agua de un manantial y, comíamos  una tortilla de patatas , e íbamos a lo que mi padre llamaba, eufórico, "¡a la aventura!
Vi una película  de Renoir  donde  hay una secuencia en la que descarga una tormenta de verano sobre el río y la cámara muestra la caída de las gotas sobre la superficie del agua que yo había visto muchas tardes.

La imagen de la lluvia me produjo una sensación de placidez absoluta, de reencuentro con un pasado remoto que podía revivir hasta en sus mínimas sensaciones: el olor de los juncos y la paja, la sombra protectora de los chopos, la frescura del agua del manantial, la voz de mi padre.

Aquellos días parecían eternos, los instantes se anudaban unos a otros como las cuentas de un rosario,  que rezábamos al regreso en el coche, el tiempo se paralizaba después de comer y la tarde parecía que nunca se iba a acabar. Los nimios acontecimientos que perturbaban aquella quietud cobraban una naturaleza mágica.

Aquellos domingos en el campo se han grabado en mi memoria como las hojas de un libro cuyas letras se van borrando 

Los  esplendorosos días de verano se han ido para siempre, como las vidas de algunos de nosotros . El pasado se apaga, como la luz de una cerilla en la oscuridad. A veces esa cerrilla se    nos muere de repente al humedecer el pábilo con los dedos.

Todo es muy triste. Y espero que mi padre  lea esta entrada.

1 comentario:

  1. Eres un pardillo, muchacho.
    ¿Cómo vas a suponer que tu padre vaya a leer esta entrada ?
    Mira, coge la entrada, la imprimes, te vas al campo y la pones con una chincheta sobre el tronco de un árbol.
    Ahora cuenta cinco pasos desde el árbol.
    Uno, dos, tres, cuatro y cinco.
    Te das la vuelta y miras el árbol y tu entrada, revoloteando al viento.
    ...
    Bien, ¿te das cuenta?. Ahora tu entrada está en el contexto apropiado.
    La ves como realmente es.
    ...
    ¿Y?
    ¡ Pero hombre de Dios!, ¿ te lo tendré que explicar todo, todito?
    Mira que los universitarios sois más miopes que un topo en una madriguera a las cuatro de la mañana.
    ...
    No tiene sentido que desees que tu padre lea esta entrada.
    En realidad, es él quien la ha escrito, chaval.

    Pardillo de lo cojones, que eres un pardillo de los cojones.

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