A veces me cuesta dormir y aprovecho las horas del insomnio para cerrar los ojos y navegar con la cabeza apoyada en la almohada.
Me gusta sentir en la mejilla el frescor de la almohada . Es la caricia inocente de mi infancia. La que cubre la galta derecha . Me giro y me abrazo al otro lado de esa almohada como un salvavidas para el naufragio que , en ocasiones parece que me encuentro.
En la penumbra imagino historias de mi pasado, las fabulo, me recreo en ellas. Rezo también por aquellos que ya no están . Me imagino de niño y convoco con los ojos cerrados la tramoya que pisé en mi vida, sus actrices, actores, personajes . Yo era un chaval feliz cuando zascandileaba por la calle gamberreando con los amigos.
Y sin duda llegaré donde llegue soñándome la vida que fue hasta entonces.
Esta noche mi cabeza separa esos dos hemisferios de la vida y en medio de la almohada, sumergido por el peso de la memoria y de mis miedos , están las intuiciones que espero en forma de pesadillas, de malas profecías, de futuros inciertos.
No siempre es así, pero cuando toca, toca.
La oscuridad es larga como un desierto en la noche. Antes de que amanezca en esa fragua de mi memoria también llevo a la hoguera a seres de una vulgaridad obscena. O recuerdo mujeres que amé. O invento una entrada para el Barullo . Invoco a una sesión de espiritismo nocturno a decenas de alumnos...
Me doy la vuelta en medio de la madrugada y me apoyo en el brazo. La habitación está en tinieblas.
Federico García Lorca le pedía a Cristo que le devolviese "su alma antigua de niño / madura de leyendas".
Por su parte, Gerardo Diego, en un precioso poema, publicado en 1943 y titulado Creer, escribió esta estrofa-plegaria:
"Devuélveme aquellas puras / transparencias de aire fiel, / devuélveme aquellas niñas / de aquellos ojos de ayer. / Quiero creer"
Yo también. Cuando duermo soy un niño. Y quiero creer.
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