Los buenos libros de hoy que uno lee ahora, y son poquísimos , son la destilación de muchos libros anteriores, de muchas literaturas.
Después de la Biblia, la Odisea, de Shakespeare, Cervantes, Dickens, Stevenson, Twain, Melville...¿Qué más queda por descubrir?
A veces pienso si toda la literatura habla de mi. No sé si a vosotros os da la misma impresión. Tuve un profesor en los jesuítas que se convirtió , sin saberlo, en la puerta de entrada , a mundos lejanos, más reales que el nuestro. Contaba las obras de literatura de una manera tan entusiasta que daba respuestas a cosas que a mi me fascinaban.
En la vida de todos los días nadie te pide que cuentes la historia que te atormenta el corazón, te fascina, o te lo corroe. Nunca encuentras las palabras y los matices , no te atreves a ser frágil y auténtico, a estar desnudo.
Cuando comencé a leer , esa historia llegaba desde fuera. Tenía la impresión que esos libros te elegían . Entonces, sus autores se convierten en amigos a los que te gustaría llamar por teléfono al concluir la lectura para preguntarles cómo es que nos conocen o dónde han oído nuestra historia.
Esa historia es un espejo que te sorprende exclamando: habla de mí, este soy yo, pero no tenía palabras para contarlo.
Eso me ha sucedido con Retorno a Brideshead, con la Regenta, con Moby Dick, con el Quijote, con Huckleberry...
Y siempre llego a un maravilloso descubrimiento: que no estás solo, definitivamente solo.
A mí eso me sucede con Dostoievski: me encuentro retratado en todos y en cada uno de sus personajes. Tiene una novela breve que se titula precisamente “El doble”, y yo fui incapaz de releerla porque me resultaba insoportable encontrarme captado, calado, retratado y descrito tan a fondo. El personaje de “el doble” es, precisamente, “el doble” de cada uno de nosotros, y mientras yo releía el libro, éste se convertía en mis manos en un espejo. Quien no ha conocido la sensación de que alguien le conoce mejor de lo que él se conoce a sí mismo es un afortunado, porque esa sensación es insoportable y terrible. Y no sólo eso: es trágica. En cierto modo, en eso consiste la tragedia de Edipo: en que alguien sabe cosas de él que él mismo no sabe de sí, y cuando la vida le pone delante el espejo (en forma del cumplimiento de la profecía), enloquece. En realidad, en esto precisamente consistirá el terrible juicio final, en que “ahí nos conoceremos como somos conocidos”. Por eso Dostoievski es para mí un autor tan íntimamente apocalíptico.
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