viernes, 5 de agosto de 2016

¡QUE VIDA MÁS PERRA!

Hubo  un tiempo que  iba al colegio en un autobús escolar   vigilando  los críos.

Yo subía en la  primera parada. Allí una madre muy estilosa, había sido modelo, venía con su hijo y un perrito bien mono, un caniche que recordaba al  de Herta Frankel, que llamaba Marilyn. En fin, eso para  otra  entrada.

En la Wiki  se habla de ella.

El  perrillo  al verme  se lanzaba a  mis zapatos  y se  ponía a  lamerlos   moviendo  el rabo esperando que lo acariciara  A  veces  tenía  una  variante siniestra. Estabas   saludando a su dueña  y comenzaba   a olisquear tu sexo con un interés desmedido y aunque trataba  de apartarlo con disimulo el chucho  persistía en su empeño con el morro excitado como si buscara en los dentros de uno.

Y había una tercera  posibilidad, que  también se dio: se frotaba   excitándose sexualmente en la   pernera del pantalón , dale  que te pego, pim pam, pim pam. Buscaba algún secreto en mi  fosa séptica.

Eran  situaciones  que yo, que vivía compromiso de celibato apostólico,  me ponían  muy nervioso. La señora   regañaba al  chucho:  "¡ Yako, por favor!"...

Y yo miraba a  la señora y pensaba " ¡señora, que me pierdo!"!

Esta actitud del perro produce una situación embarazosa. Imaginaba  que tal vez  la  mujer   jugaba  y hacía partícipe a Yako  en sus juegos eróticos, y mi sonrisa  libidinosa  me  delataba. Ya sabéis: la sonrisa del fauno más salido que un balcón. Santa Teresa  se refirió a  la imaginación  como "la loca de la casa": la  mía está  como una puta cabra.

Aunque, en fin, también  ella  podía  sospechar que en mi  interior  podía haber  algo  turbio que el perro está husmeando. 

Es  bueno  mirarse   en el espejo de algunos animales para aprender a vivir y es evidente que a la hora de morir cualquiera de ellos se comporta con mayor dignidad que las personas. Ya quisiera el más estoico de los filósofos estirar la pata con la suprema elegancia con que lo hace un perro, aunque no sea de raza.

Así hay que morir, sí señor.

Pero al final  uno aprende  mucho de los  perros.  

Yo he  visto  mover el rabo  a  muchos  hombres  cuando aparece el jefe . Y también he oído ladrar   a  uno en una tertulia  para  darse  importancia . He  conocido  perritas  que miran indulgentes y cariñosas  a su  chucho perdonándole siempre cualquier barrabasada   que le haga. Y perros  que te sacan los colmillos cuando le acaricias el belfo. O el que  se  tumba  largo como una alfombra a la señal del índice de su director.  O saltar   vestido con una faldita corta  tres aros seguidos siguiendo  a una bailarina hortera de sonrisa  mollar.

Como no,  también se da mucho esa clase de sujeto  canino   cuya especialidad consiste en olfatear tu mierda  y no hacen más que eso.  Por aquí  acostumbra a  pasear uno  que  cree  conocer a  la perfección  mi punto débil  y  no olvida nunca recordarte  los pecadotes  que cometiste  y  que  no te gusta recordar. 

Cuando te encuentras con él puede darte la mano sonriendo pero en la forma de mirarte sabes que te está olisqueando la bragueta . Con un matiz irónico de su sonrisa te hará saber que está en el secreto de tu parte oscura cuyo inventario lleva al día. Es el que  de vez  en cuando deja su caquita en un comentario. " te has acostado con madres".

Hay perros que te muerden la pantorrilla y no la sueltan jamás, están adiestrados  para matar.

Pero ojo  con el que sólo se excita cuando su olfato ha detectado tu miedo. 

Si algún día caes en desgracia o alcanzas un gran éxito no te sorprendas si ellos muestran en sus colmillos tu intestino abierto . Será así  porque  durante años con paciencia han ido oliendo y anotando en una agenda todas tus miserias.


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