Al principio nadie se dio cuenta. Andaba de una manera extraña, muy forzada.
Un día alguien comentó "parece que lleva una piedra atada al cuello por una soga". Y era cierto: aquel tipo llevaba una piedra atada al cuello y todos los días la sacaba en brazos a pasear. Despertaba, se desprendía del pijama , pasaba por un agujero la soga , y deslizaba sobre ella una piedra de molino y aunque pesaba más de cuatro arrobas el tipo andaba con ella por la acera sin jadear.
La gente no sabía exactamente la razón de esos andares tan torpes y fatigados. Lo saludaban con deferencia , pues era considerado un hombre de bien. Una autoridad moral. Luego esa visión se hizo cotidiana y con el tiempo hasta los niños que jugaban en la plazoleta lo tomaron como parte del paisaje . El tipo no estaba desesperado del todo. En ocasiones reía a carcajadas, celebraba, aniversarios, asistía a reuniones , rezaba, iba a Misa.
Sin embargo, la insólita pasión por la piedra acabó acaparando su vida por completo: una fuerza interior le obligó a llevarla a la oficina y después a tomar el aperitivo , cenar los fines de semana con los amigos . Él sabía por qué le ocurría precisamente a él una cosa tan extraña.
Apenas sonaba el despertador de madrugada, se ponía de forma automática la soga al cuello y el fuerte tirón que experimentaba en el gaznate al dirigirse al cuarto de baño le despertaba bruscamente. Al instante recogía la piedra depositada en la alfombra y ya no se separaba de ella en toda la jornada. La llevaba de aquí para allá como una honda de cuero el guijarro.
Se encontraba solo en el mundo, de modo que al final no le quedó más remedio . Una noche la llevó a rastras hasta la dársena del puerto . La rueda de molino le colgaba de la nuca y abrazado a ella se asomó al mar .
Lloró al recordar- ¡otra vez!- el nombre de aquellos niños.Yse lanzó al mar.
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