Nada de lo que los sacerdotes de esta religión blasfema, de liturgias con incensarios que expanden por la calles de lo politicamente correcto y comercialmente asèptico el aroma de fragancias que se atufan desde Alaska hasta Tierra del Fuego, tiene que ver conmigo.
Toda esa uniformidad me asquea.
Al final , esas letras cursis que se repiten en todas las radios musicales del mundo , acaban tirando a la cuneta miles de amores que terminan odiándose después de muchas historias, siempre las mismas, que huelen a preservativo flácido y de una lubricidad miserable.
Ladran los perros de la noche, y se confunden sus ladridos con los kikirikís de los gallos de la pasión. Los pobres piden limosna , les tiemblan las manos, y sus pupilas parecen las del pescado ajado y plastificado en sus escamas en las basuras de un mercado perdido en un callejón de algún barrio cualquiera..
Un mono se rasca el culo mientras se chupa el pene, y después acompaña a su mujer a la Ópera, donde tiene un palco en el Liceo al lado del político de turno y señora .
Por la calle, miles, millones de marionetas con rostros esculpidos a cincel y sonrisas de madera son manejadas por hilos de una manera anónima y complicada. Las polichinelas son muy viejas, y ya no tienen gracia. No tienen piel, y la blusa que les viste los deditos que hacen de manos están descoloridas. Casi no pueden manejar las estacas para darle una buena somanta de palos al diablo, que tampoco puede con su capa roja.
Acaba la farsa, ¡hasta aquí hemos llegado, señores!: y los peleles se derrumban , caen al suelo, flácidos e inmóviles.
Como los miles de infartados que hoy han caído desplomados al suelo.
Todo esto da mucha pena.
Sólo tú, ángel que te ríes con esa picardía, parece que sabes la verdad y el sentido de todo esto.
Espero...
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